lunes, 25 de marzo de 2024

Libros

Le falta atención, no ha aprendido a concentrarse, se distrae con facilidad, tiene poca constancia, es una niña algo dispersa... Sus padres habían oído estas explicaciones muy a menudo en los pocos años de vida de la hija. Como era la primera y tampoco tenían sobrinos con quienes compararla, habían terminado creyendo las conclusiones, primero, de los abuelos; después, del personal de la guardería, y ahora, de los profesores.

Porque a ellos les había parecido normal que en casa la pequeña se rodeara de todos sus juguetes y le dedicara a cada uno un momento de atención antes de pasar al siguiente, o que fuera de amiguito en amiguito en el parque, o fuera mirando sucesivamente los adornos de la casa, o las fotos, o los canales de televisión...

En realidad era una niña curiosa y extraordinariamente rápida en decidir si algo tenía suficiente interés para absorberla. Con cinco años, pocas cosas lo habían conseguido.

Hasta que aprendió a leer.

El día en que cogió un libro y supo entender, una tras otra, las seis breves frases que acompañaban a los dibujos, volvió a empezar y las releyó una vez, y otra, y otra.

Porque el mundo exterior, en ese momento, había desaparecido.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosDesaparecer de @Divagacionistas