lunes, 26 de septiembre de 2022

A day in the life

Uf, qué sueño. ¿Qué hora es? Joerrrr.

Caféeee, qué rico. ¿No había quedado algo de pan de ayer?

¿Estará bien? Ni una llamada, ni un mensaje, qué mierda.

Hala, mogollón de whatsaps del trabajo, a ver qué problema hay hoy.

Este melón no es gran cosa, la verdad. A ver si luego compro fruta. Y pan.

¿Me he tomado la pastilla?

Ya están los tertulianos en la radio, hala, fuera.

¿La revisión del gas era mañana o pasado?

Bueno, ducha rapidita, que voy tarde.

Ay, qué dolor en el codo, ¿me he dado algún golpe?

Diez minutos para vestirme y llegar al gimnasio, que si no me pierdo la clase.

Ainssss, no puedo seguir el ritmo. Qué manera de sudar y de jadear. Tendré que darme otra duchita.

Jo, ya podría llamarme.

Mierda, se me va el bus.

Bien, he fichado a la hora. A ver cómo se da la jornada.

Pero ¿qué? Si solo estamos tres hoy, ¿cómo vamos a hacer tanta cosa? Ufff, pasito a pasito, vamos allá.

¿Dónde había visto yo ayer este dato?

No sé si llamarle yo. No, porque no me lo va a coger. Y de los mensajes pasa. Vaya mierda.

¿Diga? No, lo siento, no me interesa cambiarme de compañía.

Me meo, por dios, que se espere el teléfono que no aguanto más.

Hola, tengo una llamada tuya perdida, dime. Sí, estoy en ello. Sí, estará a tiempo, tranquilo. Sí, te aviso. Venga, hasta luego.

Hola, tengo una llamada tuya perdida, dime. Sí, está Ana con ello. Sí, ya está acabando, tranquila, ahora te llama ella. Ciao.

Hola, te lo estoy enviando ahora. Échale un ojo.

¿Me he dejado el cargador en casa? Pues sí…

Joer, llaman todos a la vez. Hola, espera un segundo. Hola, te llamo en seguida, que estoy con otra llamada. Hola, tengo a Marta por otra línea, te llamo en un rato y te cuento.

¿Qué paquete? No, no hay nadie en casa, habían dicho que lo traían mañana. Pues lo siento pero la fecha de entrega era mañana.

Ay, el codo.

Ana, porfa, llama a Eva. Dile que ya está lo suyo.

No me va a dar tiempo de quedar con Carmen. Luego la llamo.

A casita ya, por fin. Ay, comprar fruta y pan.

Pues si no me quiere llamar, que no me llame.

Qué cabrón, ha dejado el paquete en la puerta.



Este relato participa en la convocatoria #relatosDispersión de @divagacionistas

jueves, 15 de septiembre de 2022

De padres y héroes

Siempre he pensado que crecí en una familia feliz. Por supuesto, entre mis recuerdos hay malos momentos, pero el conjunto de mi infancia y adolescencia rebosan alegría, amor, paz y satisfacción.

He tardado en descubrir el esfuerzo que les supuso a mis padres proporcionarnos todo eso y no dejarnos notar cuánto les costaba. Ahora veo con otros ojos los enfados de mi padre, entiendo retazos de conversaciones que sorprendía y me explico ciertas tensiones. Nunca quisieron que notáramos carencias ni echáramos nada importante en falta. Lograrlo fue una heroicidad suya que estoy descubriendo ahora.

Mi padre falleció hace once años; mi madre, hace tres. A lo largo de muchos meses fui vaciando su piso. De la infinidad de papeles que había en él, conservé los que en una primera valoración me parecieron interesantes. Ahora los estoy mirando con más detenimiento y clasificando para guardarlos y para compartir su contenido con mis hermanos.

Ayer me centré en todos los documentos relacionados con lo que fue el hogar familiar. El contrato de arrendamiento me ha revelado un alquiler que se llevaba una parte considerable del sueldo de mi padre. Un inciso: ese sueldo fue el único dinero que entró en casa durante muchos años; ahora me parece milagroso haber podido vivir toda la familia solo de él.

Al cabo de siete años y pico de vivir alquilados, al parecer llegaron a un acuerdo con los dueños para comprar el piso, un acuerdo que tardó luego más de una década en plasmarse en un contrato de compraventa (no he encontrado un documento anterior a ese). A la firma de ese contrato mis padres habían pagado más del 80% del dineral que costaba, para lo cual suscribieron una hipoteca con un banco. Una vez cancelada, pidieron otra a la mutua de previsión social de la empresa donde trabajaba mi padre para abonar el resto. En total tardaron unos 21 años en pagar por completo el piso.

Mientras tanto, habíamos nacido los cinco hijos. Todos necesitábamos camas y otros muebles, ropa, comida, colegio, libros... No imagino los malabarismos que hicieron mis padres para sacarnos adelante. Hasta ahora pensaba en los gastos corrientes nada más, no en el enorme añadido de las hipotecas. Sí sé que recurrieron a anticipos, pequeñas ayudas y préstamos de algunas personas cercanas y al Monte de Piedad (una casa de empeños oficial, para quien no lo sepa).

Ropa y libros de texto pasaban de los mayores a los menores. Los muebles y electrodomésticos alargaban su vida útil hasta lo inverosímil. Las librerías estaban llenas de libros leídos mil veces y los juguetes, todos compartidos, daban de sí más de lo imaginable. Las vacaciones eran breves y donde y cuando se podía. Comer fuera o ir al Parque de Atracciones eran algo extraordinario reservado para las celebraciones. Invitar a gente a casa era más extraordinario aún. Con todo, siempre comimos bien, fuimos bien vestidos y calzados y tuvimos regalos de cumpleaños y de Reyes. Nunca nos faltó nada importante.

Mis hermanos y yo no compartíamos las preocupaciones de nuestros padres de ninguna manera. Y eso fue así porque casi nunca hablaban de dinero más que entre ellos. Tuvimos que llegar a la adolescencia para empezar a conocer la realidad en líneas generales, nunca al detalle.

Les agradezco a mis padres ese esfuerzo ímprobo. Sin embargo, eso me impidió valorar toda la amplitud de su cariño y su compromiso. Me sentí querida y me habría sentido aún más querida de haber sabido todo lo que hicieron por mí y mis hermanos. Les habría disculpado muchas cosas, les habría dado las gracias más a menudo y les habría mostrado mucho más el amor que les tenía.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Comparaciones



Nuestra fortuna, quizá también nuestra condena, es basar la percepción en la comparación. Un sabor nos gusta más que otro, preferimos un tipo de música a otro, nos agrada más el calor o el frío. Nunca nos sentimos mejor que cuando desaparece un dolor o una preocupación. Agradecemos el silencio cuando el ruido nos agobia y añoramos el bullicio cuando la calma se vuelve vacío. La distancia física y temporal nos hacen desear la proximidad, y viceversa. En la edad adulta sabemos cómo fue nuestra niñez y entresacamos los momentos o experiencias que gustosamente cambiaríamos por los actuales... o que borraríamos del pasado sin dudarlo.

Por comparación, tenemos días buenos y días malos, épocas de paz y prosperidad y malas rachas. Hay personas que nos hacen felices y otras que nos causan sufrimiento. Unos dolores los sabemos temporales y otros nos acompañarán para siempre.

Ese para siempre es la piedra de toque de la comparación. Para saber el valor exacto de algo no hay nada como perderlo sin esperanza de recuperarlo. Los seres queridos que fallecen, los años de juventud cuando se ha entrado en la madurez, el cariño de una persona que dejó de amarnos o el buen funcionamiento de nuestro cuerpo o alguna de sus partes.

Tal vez sea recomendable imaginar cómo sería nuestra vida sin algo que forma parte de ella actualmente. Seguro que lo apreciaríamos más y nos esforzaríamos por no perderlo.