jueves, 17 de agosto de 2017

Críticas

A todos nos importa la opinión ajena, quizá no la de cualquier persona pero sí la de algunas, generalmente la de aquellas a quienes admiramos, queremos y/o necesitamos por algún motivo: nuestra pareja, nuestros amigos, nuestro jefe...

Si ya es una experiencia desagradable constatar que alguien de ese reducido grupo tiene sobre ti una mala opinión, lo será más cuanto menos se corresponda esa imagen con la que tenemos de nosotros mismos. A quien se tiene por sincero le duele más que lo consideren mentiroso que antipático, por ejemplo. Hablo, claro está, de quienes nos juzgan desde el cariño, sin mala intención, sin ser deliberadamente injustos.

La reacción más natural ante una crítica incongruente con nuestra percepción de cómo somos es rechazarla, negarle objetividad y verosimilitud. Sin embargo, es precisamente a esas críticas incomprensibles a las que más atención deberíamos prestar porque no ha habido alerta previa, nadie nos había reprochado nada semejante hasta entonces; al revés, creíamos tener como virtud precisamente lo contrario de lo que nos atribuyen.

Tendemos a vernos con los mejores ojos. Sí, hasta quienes se consideran autocríticos son más indulgentes consigo mismos que con los demás, ya sabéis, todos vemos mejor la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Si tenemos un concepto de nosotros con el que hemos llegado a sentirnos cómodos, evitaremos lo que amenace esa estabilidad. Es muy difícil hacer frente a lo que nos descuadra.

Quizá por eso solo quienes nos quieren se atreverán a hacernos notar algo que va a trastornarnos profundamente. Si superamos el shock, podremos identificar las raíces de ese defecto que nos achacan y descubrir por qué nos había pasado inadvertido. Y querremos mantener cerca a esa persona, nuestro mejor anclaje a la realidad.