lunes, 31 de enero de 2022

La mecedora



Me gusta la rutina pero solo hasta cierto punto, como base, como paisaje de fondo. A partir de ahí, quiero variaciones, que el primer plano ofrezca novedades a menudo; que entre lo estable y lo cambiante haya una relación, pongamos, de 50-50.

Por eso en mis paseos voy cambiando de recorrido y además improviso alteraciones sobre la marcha. Cuando salgo a andar voy con una idea general: norte, sur, este u oeste, y a partir de ahí... ya veré.

Salí el domingo rumbo norte. Pronto giré al este y al rato, de nuevo hacia el norte. Me encontré en una calle amplia por la que no recordaba haber caminado nunca, el Paseo de los Cerezos. Creo que entre los cientos de árboles que albergaba no había ni un solo cerezo.

En la acera derecha, altos edificios de oficinas y bloques de viviendas. En la izquierda, chalecitos y pequeñas construcciones de dos pisos con entrada independiente para cada uno. Y de pronto...

Los ojos se me quedaron clavados en una mecedora que permanecía inmóvil al sol en un balcón bajo. Nunca he visto en casa una igual pero la sensación de familiaridad era indudable. Le hice una foto y, al volver a casa, corrí a mirar en los álbumes familiares. Pero no encontré nada parecido.

Fue mi madre quien, rebuscando en su memoria, recordó una mecedora así.

- "Tuvimos una, yo me sentaba en ella a acunar a tus hermanos mayores y también a leer. Se rompió poco antes de nacer tú. La tiramos".

- "¿Me has hablado de ella?", le pregunté.

- "Seguramente, pero dudo de haberla descrito con tanto detalle como para que hayas podido reconocerla."

Yo recordaba la imagen, no la descripción. ¡Estaba segura de haberla visto!

Al preguntar a mi padre, fue a buscar un cuaderno de dibujo y me enseñó un bosquejo a lápiz en el que era fácil identificar a mi madre con un bebé en brazos sentada en una mecedora, en LA mecedora.

- "Llevo sin sacar este cuaderno desde antes de que fueras al colegio. ¿Cómo puedes acordarte de este dibujo?"

Y entonces caí.

- "Porque me dijiste que yo entonces solo era un angelito. Y lo dibujaste flotando en el techo."

Y allí, en la esquina superior izquierda, apenas visible... estaba yo.



Esta entrada participa en los #relatosDejavu de @divagacionistas

domingo, 16 de enero de 2022

Socializar

Es una de las palabras de moda. Antes hablábamos de quedar, de llamarse, de charlar, de relacionarse. Ahora todo eso es socializar.

Y es lo que muchos estamos haciendo menos con motivo de la pandemia. Hay personas a las que no dejo de ver y llamar pero con bastantes estoy perdiendo el contacto. Es una sensación rara, como de aislamiento inevitable y, en mi caso, como de vuelta a la infancia.

Quizá les costará creerme a quienes me han conocido de adulta, trabajando ya como periodista, pero de niña y de adolescente fui muy tímida. No tenía muy claro cuánto hasta que hace unos años coincidí con un antiguo compañero de colegio. Dijimos de quedar para charlar (y nunca lo hemos hecho) y me comentó que en aquellos tiempos escolares deberíamos haber hablado más.

¿Tenía razón, deberíamos haber hablado más? En realidad, yo debería haber hablado más con todo el mundo, especialmente con las personas cuya conversación habría sido más interesante o podría haberme abierto más. Pero no lo hacía. Echo la vista atrás y no recuerdo muchas compañeras con quienes charlase, quizá media docena; y menos aún compañeros. Me costaba confiar, abrirme, perder el miedo... todo lo que la timidez hace difícil.

¿Debería haber hablado más? De cosas de niños, de cosas de adolescentes. De temas triviales que se antojan importantísimos y de cuestiones cuya importancia se empieza a intuir entonces. ¿Debería haberme relacionado más con personas con las que años después, cuando he vuelto a verlas, he tenido conversaciones largas y animadas? Coincides en la presentación de un libro, comprando algo en una tienda, o alguien te encuentra por redes sociales o profesionales, y te viene a la memoria la época de clase... solo que yo ya no soy la que estuvo allí. Aquella nunca habría hablado y escuchado tan relajadamente.

¿Me perdí algo importante por ser tímida? Probablemente no. El cerebro va a su ritmo, madura con los estímulos y con las necesidades. En los últimos años he cambiado bastante de puesto de trabajo y eso ha implicado tratar con mucha gente distinta. Por eso y por otras circunstancias y actividades he descubierto que me gusta la gente. No toda, claro. Quiero decir que en general me resulta fácil ver algo agradable o interesante en las personas. Y ahora disfruto socializando.

¿Qué nos habríamos dicho entonces si hubiéramos hablado, antiguo compañero? No mucho, seguramente. Creo que merecerían más la pena las conversaciones de los adultos que somos ahora. O, al menos, yo sería más capaz de apreciarlas. Soy más sociable.