lunes, 25 de septiembre de 2023

Inercia

Casi nunca ponía el despertador. Por lo general abría los ojos a la hora en que comenzaban los informativos matinales de las emisoras de radio. Le bastaba apretar el botón porque escuchaba siempre la misma. Cuesta una barbaridad acostumbrarse a un esquema nuevo, se decía. Lo cómodo era saber en qué momento daban la información meteorológica, el resumen de prensa o la situación del tráfico en su ciudad.

Remoloneaba en la cama un buen rato antes de lanzarse a por el café. Sacaba su taza, su cápsula, el cartón de leche, las galletas. Mientras la leche se calentaba en el microondas, la cafetera ya estaba lista y ella ya había sacado sus pastillas, la cucharilla, llenado el vaso de agua, siempre la misma rutina.

Llevaba años usando el mismo champú y el mismo gel de baño. Empezaba a lavarse pasando la esponja por el brazo izquierdo y terminaba en el talón del pie derecho. Se secaba también siguiendo un orden. Iba a trabajar por el mismo camino y bajaba a comer con la misma gente desde hacía una eternidad. Por las tardes, lunes y miércoles, gimnasio; martes y jueves, piscina. Viernes, compras, cine, cena o copas, según surgiera. Ese era el único resquicio de imprevisión en su vida.

Empezó una relación con un compañero de trabajo que consiguió integrar en su esquema vital sin apenas flexibilizar nada. Hacerle sitio en el armario, incorporar sus gustos a la compra del supermercado y organizar los turnos de la ducha fue sencillo. Él se apuntó a su gimnasio y ella cambió la piscina por las partidas de pádel con él.

La vida avanzaba cómodamente en medio de la monotonía. Un día le pilló una mentira, la excusa que le había dado para no ir al gimnasio y llegar tarde a cenar, aun sin ser rebuscada, le pareció poco creíble y no fue difícil comprobar que no era cierta. Sin embargo, la inercia la llevó a tragar con aquella primera infidelidad, ¿para qué armar un escándalo si seguía a gusto con él?

Tragó también cuando empezaron los comentarios desagradables. Y cuando llegaron los reproches por cosas que eran en realidad responsabilidad de él. Aguantó sus arranques de frustración cuando lo echaron del trabajo. Miró para otro lado cuando se escondía en el baño para responder mensajes en su teléfono.

La inercia que le hacía la vida más fácil se la hacía, a la vez, más fea.

Hasta aquella llamada del médico.

Fue el revulsivo. Pruebas, diagnóstico, miedo, tratamiento, sentirse enferma, sentirse sola, pensar qué había hecho con su vida, mejoría, esperanza, recuperación.

En seis meses todo había pasado. Y todo había cambiado. Nunca más aceptaría que un día fuera igual al anterior y al siguiente. Jamás volvería a tragar lo intragable. Rebelarse era un esfuerzo, pero la vida que se estanca o se pudre no es vida.

Sobrevivir a la inercia fue difícil. Pero fue el mayor logro de su vida.


Esta entrada participa en la convocatoria #relatosSobrevivir de @Divagacionistas