lunes, 17 de diciembre de 2018

El ángulo



Me da el sol de frente haciéndome entornar los párpados. Las once de la mañana y me da el sol de frente, madre mía. Según he salido a la calle ya me entran ganas de darme media vuelta. Cuento los días que faltan para dejar atrás el solsticio de invierno. 

No es el frío. No es entrar a trabajar de noche y salir de noche. No es que las tardes de los días en que no trabajo me encuentren más a menudo en el sofá que en la calle. No es que los árboles se hayan quedado en los huesos. No es que la niebla me cale hasta los míos.

Lo que me hace difícil amar el invierno es el ángulo de la luz del sol sobre las cosas. Me llena el mundo de sombras alargadas y me hace verlo todo en otros colores, más azulados, más plateados, menos cálidos. Puedo ver incluso el viento, transparente casi todo el año pero visible ahora, cuando los rayos de sol son tan oblicuos. Bueno, esto quizá me lo imagino yo.

Añoro la luz avasalladora del verano, esa que aplasta las sombras verticalmente hasta dejarlas en nada, esa que lo tiñe todo de dorado, esa cuya intensidad vuelve impotentes mis párpados

Cuento los días.

lunes, 26 de noviembre de 2018

En paz

Me bajo del tren y busco la oficina de alquiler de coches. He elegido uno demasiado grande pero me ha parecido que lo necesitaría para llegar hasta mi destino. No sé si los caminos que conocí seguirán en buen estado. Me pregunto si sabré llegar. No es fácil encontrar un pueblo abandonado que nadie recuerda.

El día está despejado. Abandono la carretera confiando en mi sentido de la orientación. He reconocido una colina. Detrás tiene que estar el sitio que busco.

Recuerdo la última vez que vine, buscando un lugar adecuado, lejos de la contaminación, luminoso, de clima suave... y solitario. No quería testigos ni tampoco preocuparme por si luego alguien que anduviera por allí lo estropeaba todo. Aunque llevaba lo necesario, me preocupaba mi inexperiencia, mi desconocimiento. Fue una apuesta arriesgada. Ahora veré si salió bien.

Al fin y al cabo, esto es básicamente lo que tú querías. Básicamente. Apenas me desvié del guion lo necesario para conseguir además algo para mí.

Dejo el coche junto a lo que fue una casa de piedra, reducida ya a cuatro paredes medio derruidas. Avanzo hacia el riachuelo. ¿Dónde está?

Lo veo. ¡Cómo ha crecido! Pero no distingo si tiene...

¡Sí, hay manzanas! Pocas pero hay. Alcanzo a coger algunas. Le doy un beso al tronco como si te lo diera a ti. En realidad el árbol tiene algo de ti, lo planté sobre tus cenizas. Sus frutos también son en parte tú. O eso me digo a mí misma. Sigue descansando en este rincón tranquilo, cariño. Volveré a por más.


Con este relato participo en los #relatosReencuentro de @divagacionistas

lunes, 15 de octubre de 2018

Perfectibles

Hace unos días, durante su intervención en una jornada a la que asistí, un exministro mencionó esta cita, atribuida -erróneamente, al parecer- al escritor Mark Twain: "La historia no se repite, pero rima."

Evidentemente, los infinitos matices y circunstancias de un episodio no vuelven a suceder de forma idéntica. Cuando decimos que "la historia se repite" es porque reconocemos unos rasgos generales ya vistos o vividos. Una frase, distinta, que rima con las anteriores.


Diría que, cuando hablamos de historias que se repiten, nos referimos sobre todo a errores que se cometen una y otra vez, o que cometemos nosotros mismos. Piedras en las que ya hemos tropezado vuelven a hacernos caer. Deberíamos haberlas visto de lejos... si no tuviéramos dificultad para aprender de nuestras equivocaciones.


El hecho es que encontrarte en una rima de estas te deja una sensación poco agradable. Tal vez hagas la reflexión mientras te precipitas, tal vez ya en el suelo, tal vez después de levantarte; en cualquier caso, si no eres autocomplaciente, puedes sentir vergüenza, enfado, frustración, desánimo... (*)


Somos imperfectos pero perfectibles. Quiero pensar que algún día veré la piedra antes de notarla contra mi pie.



(*) Añadido: cuanto más visible es un error, peor te sientes al ser consciente de él.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Malas noticias

Hay quien da las malas noticias sin rodeos ni maquillajes. Y hay quien queda contigo para comer y ya en la sobremesa, te dice: Tenía que contarte algo... y no es bueno.

Yo suelo preferir lo primero por mi tendencia periodística a ir al grano y hablar claro. Pero no dejo de apreciar lo segundo, sobre todo cuando noto que el protagonista lo hace para suavizar la impresión.

Tengo un grupo de amigos al que mantienen unido el mutuo aprecio, años de historia en común, un grupo de WhatsApp de uso sensato y media docena de almuerzos al año. Uno del grupo nos convocó para hoy. Aunque somos cuatro, esta vez nos quedamos en tres por un problema médico de uno. Tras el segundo café, nos comunicó su mala noticia otro, grave y también relacionada con la salud. El tercero sumó su propia crónica médica.

Soy la más joven de los cuatro. Sin que eso quiera decir que esté maravillosamente sana, sí es cierto que mi generación piensa en la decrepitud y la muerte como en algo relativamente lejano. Tener un grupo de amigos que me sacan entre ocho y dieciocho años nunca me hizo notar mucha diferencia entre nosotros.

(Bueno, sí, una vez. Fue cuando ellos se prejubilaron con un ERE en cuyo límite de edad yo no entraba por mucho. Entonces, llena de tristeza por la separación, escribí algo en el correo interno de mi empresa.)

Hoy me he preguntado por primera vez hasta cuándo esas dolorosas realidades llamadas enfermedad y muerte respetarán unos lazos que nunca imaginé desanudables.



lunes, 18 de junio de 2018

Variaciones

Sabes que algo se acaba y no quieres que ese fin pase desapercibido. No te gustan las “despedidas a la francesa”, sin decir adiós, sin que nadie se dé cuenta de la marcha. Un adiós es algo lo bastante serio como para darle un tratamiento especial, con las formalidades necesarias, con emoción si es el caso. Da igual si te alegras de ver llegar ese final o si lo lamentas profundamente. Hagamos las cosas bien.


Sabes que algo se acaba y esperas que ese fin sea rápido, indoloro y, a poder ser, silencioso. No te gustan los adioses. Sea cual sea el motivo, es mejor que quede para la intimidad de las partes; no hay razón para hacerlo público, ni siquiera para verbalizarlo. Un poquito de intimidad, por favor. Da igual si te alegras de ver llegar ese final o si lo lamentas profundamente. Hagamos las cosas bien.


No sabes que algo se acaba. No lo has visto venir y no te has dado cuenta de que lo que hubiera antes ya no existe. Tú no has decidido poner fin a nada ni nadie te ha consultado sobre ello. Te enteras por casualidad o por el inevitable peso de la realidad, de los hechos consumados. Nadie se ha despedido de ti ni te ha dado opción de hacerlo. Da igual si te alegras de ver llegar ese final o si lo lamentas profundamente. Se podrían hacer mejor las cosas.

Se acaba algo tuyo. O te acabas tú. Piensas en la mejor manera de hacer las cosas. Pero te despidas o no, lo hagas en público o en privado, con algo multitudinario o íntimo, ostentoso o sencillo, nada volverá nunca a ser lo mismo.


Este relato participa en la convocatoria #relatosDespedidas de @divagacionistas. 

lunes, 21 de mayo de 2018

Correo

Tengo un despertador electrónico, no hay tictac que me ponga nerviosa. La persiana cierra completamente el paso a la luz. Los vecinos no tienen niños ni perros y no son de poner la tele muy alta. Por mi calle a estas horas no pasan coches. El edredón de plumas abriga sin agobiar. He tenido un día agotador.

Y no consigo dormirme.

Ese correo electrónico está ahí esperando a que lo lea. Llegó esta mañana a la dirección que utilizo para temas no profesionales. Viene sin asunto. El remitente no está en mi lista de contactos. Pero ese nombre...

Debe de haber cientos de J. M. Arencibia. Quizá sea publicidad, quizá sea spam, quizá sea un error, quizá...

Me he levantado a mirar la esquela. Con unos padres tan clásicos, el recuadro publicado en la prensa se ciñó a los tópicos como ese "ruegan una oración por su alma". Mi nombre no aparece, claro, ¿cómo iban a incluirme a mí, su pareja no formalizada en el registro ni bendecida por la iglesia? Tampoco fui al entierro allí, en Cádiz, cuna de la familia y donde ocurrió el fatal accidente.

Me dejaron de lado. No hubo papeleos que me implicaran. No llevábamos tanto tiempo juntos. No teníamos una cuenta común en el banco. Él iba a mudarse a mi piso pero de momento solo había traído algo de ropa, cosas de aseo, el cargador del móvil y una foto juntos impresa y enmarcada. Es la primera vez que me siento capaz de mirarla en estos seis meses.

¿Por qué estoy aquí imaginando cosas, sintiendo como si me rondara un fantasma? Voy a leer ese correo de una vez.

"Hola, Araceli. Supongo que Juanma nunca te habló de mí, que nunca te dijo que tenía un hermano mayor llamado José Miguel. Pero te lo hubiera dicho si hubiera vuelto de aquel viaje, de aquella visita que me hizo y en la que nos reconciliamos por fin. Por mucho que me duela su muerte, me consuela saber que nos dio tiempo a abrazarnos antes, a perdonárnoslo todo él y yo, aunque el resto de la familia siga haciéndome el vacío..."

Se ha desvanecido un fantasma y ha aparecido otro. Uno que no me produce angustia sino curiosidad. Seguiré leyendo.



Este relato participa en la convocatoria de #relatosFantasmas de @divagacionistas

lunes, 23 de abril de 2018

No soy tan mala



Nunca he sabido poner cara de no haber roto un plato. Al contrario, la culpabilidad me inunda si tiro algo al suelo (¡qué torpe!), si hago algo incorrecto (¡qué maleducada!), si no hago caso (¡qué desobediente!). Se me nota en los ojos sobre todo, que se me ponen tristones, o eso me han dicho. Y en los suspiros que me salen de lo más profundo, esos sí que los noto claramente.

Intento hacerme perdonar aunque a veces es peor (¡qué pesada!). No soy todo lo perspicaz que debería, no adivino del todo bien los pensamientos y estados de ánimo de quienes me rodean. Tengo otras cualidades. Por ejemplo, soy muy alegre y bastante ágil.

Mi obsesión es ser aceptada, llevo muy mal la menor sospecha de que quieran dejarme de lado. Soy extremadamente sociable, nací para vivir en compañía y soy capaz de acomodarme al lugar, al momento, aceptar lo que me marquen. Quizá el problema ha sido de quienes me educaron. No tengo peor carácter que cualquiera de mis semejantes, aprendo despacito pero, una vez que entiendo lo que esperan de mí, soy bastante complaciente, en general.

Sé que si no me quisieran también me aguantarían por puro sentido de la responsabilidad. Pero me digo a mí misma una y otra vez: claro que me quieren, me quisieron cuando nací y he estado con ellos toda mi vida. No he hecho un drama cuando me han dejado unos días en casa de alguien ni tampoco cuando me esterilizaron. No he hecho nada que merezca perder su cariño.

Hasta tienen fotos mías en el salón. Y es que siempre he sido una perrita muy guapa.


Con este relato participo en la convocatoria de #relatosCulpa de @divagacionistas

lunes, 19 de marzo de 2018

Mirarte

Me he acostumbrado a mirarte desde lejos.

Cuando nos conocimos, tan jóvenes, ya éramos muy distintos. Yo pensaba en el mañana, tú vivías el día a día. Yo creía que mi futuro estaba en mis manos, tú desconfiabas de tus capacidades. Nos enamoramos, a pesar de todo. Nunca he querido a nadie más.


Encontramos trabajo los dos en la misma fábrica. Yo aprovechaba el tiempo libre para estudiar a distancia. Cuando me licencié y pasé a un puesto de oficina, te sentiste mal aunque jamás te reproché tu apego a lo conocido, tu miedo a los cambios. Cuando empecé a echar currículos en otras empresas, tus miradas me acusaban de poner en peligro nuestra estabilidad. Cuando me contrataron con un sueldo casi el doble que el tuyo, temiste que me enamorara de alguno de esos compañeros con traje y coche de alta gama.


Siempre te he querido. Decías que yo avanzaba y te dejaba atrás pero fuiste tú quien se alejó. Nos divorciamos porque tú dabas por hecho que me estorbabas, algo absolutamente incomprensible para mí. Acepté tu decisión.


Al notar que me evitabas, dejé de ir a los lugares que frecuentábamos para ahorrarte la incomodidad de hacer como que no me veías, de salir sin terminarte el café. Te echaba tanto de menos que a veces madrugaba para verte entrar en la fábrica a las siete de la mañana. Pero lo dejaste. Te empleaste en un pesquero. Ahora pasas meses lejos de aquí.


Y yo me he hecho amiga del farero. Me deja subir cuando zarpas y quedarme mirando tu barco hasta que desaparece por el horizonte.




Este relato participa en la convocatoria #relatosHorizonte de @divagacionistas.

lunes, 19 de febrero de 2018

Si esto se supiera...

- Pero... ¡qué sinvergüenza! No me había dado cuenta de lo que estaba haciendo. Me parecía sospechoso todo ese secretismo, ese tejemaneje. Ahora lo veo claro. Y qué bien lo ha tapado. Si no se me ocurre mirar estos papeles, no habría visto nada raro.

- Perdona que recurra a nuestra amistad pero tengo que contártelo extraoficialmente porque me juego el puesto, no puedo poner una denuncia. Ya sé que tú no te dedicas a temas de corrupción pero se lo podrías hacer llegar a algún compañero, ¿verdad? Sobre todo, que no salga mi nombre a relucir. Te paso fotocopias y, si necesitas más pruebas, ya veré cómo las consigo sin que sepan que he sido yo.

- Jefe, me llega esto de una fuente que necesita permanecer en el anonimato. Solo con el primer vistazo ya se nota que hay algo sucio. Me gustaría ponerme a investigarlo. Yo creo que de aquí sale por lo menos un reportaje a doble página. Míratelo y dime algo.

- Oye, me han pasado copias de unos documentos en los que parece haber indicios que os comprometen. Mira, yo sé que te debo mi puesto, que mi periódico depende de la publicidad que ponéis. He convencido al responsable del área y le ha dicho al redactor que esto es demasiado endeble y que se olvide porque nos jugamos una demanda. Pero tú tienes que hablar con tu jefe porque si sigue por ahí, habrá más preguntas, más interés y no podré volver a taparlo.

- Escuche, la prensa anda detrás de esto. Me ha costado mucho impedir que lo investiguen. De momento no se va a publicar nada pero ya ha saltado la liebre y quien sea que haya dado el chivatazo no va a mirar para otro lado. Vaya con cuidado. Si esto se supiera...


Este relato participa en la convocatoria #relatosSilencio de @divagacionistas

domingo, 11 de febrero de 2018

Crecer

No hay un día igual a otro y ese es uno de los alicientes de la vida. Nos permite confiar en que sumaremos experiencias, olvidaremos fracasos, conoceremos personas, volveremos a ver a las que nos importan... No hay peor sensación que la de que el futuro no traerá nada bueno, ni siquiera nada nuevo aunque sea malo.

Lo que vivimos construye por acumulación lo que somos. Hay capas enteras que no hubiéramos querido sumar, pero ahí están, tapando algunos rasgos, matizando otros, recubiertas finalmente por muchas más.

Uno de los privilegios de la edad es tener tanto que ver cuando miras hacia adentro, atravesando capas con la memoria. Si algún contrapeso tiene el saber que te quedan menos años por delante de los que dejaste atrás es contar con un inmenso almacén de experiencias, recuerdos y conocimientos.

Y seguir creciendo hasta el último suspiro.

Esta vez tampoco

Las madres de Mar y Jaime se habían conocido hacía un par de años y ambas pensaban que sus respectivos hijos se iban a caer de maravilla. Pero no iban al mismo colegio, no vivían en el mismo barrio... Carmen, la madre de Mar, invitó a Jaime al cumpleaños de su hija, una tarde de junio. Unos días antes Jaime se cayó jugando al baloncesto y tuvieron que operarle el tobillo.

"Ya os conoceréis en septiembre, en el cumpleaños de Jaime, al que quedas invitada", le dijo Teresa, la madre de él. Sin embargo, al padre de su hipotético amigo le ofreció su empresa un puesto directivo en Alicante y toda la familia se mudó a finales de agosto.

Al año siguiente les invitaron a pasar una semana allí en julio para disfrutar de la playa. Ella no pudo ir, ese verano estaba en Edimburgo estudiando inglés.

Terminaron el colegio y empezaron a estudiar sus respectivas carreras. Un día él la buscó en las redes sociales. Se hicieron amigos en Facebook y se siguieron mutuamente en Twitter. Ninguno de los dos era muy activo en esos foros, aunque sí pudieron seguirse un poco la pista en los años siguientes. Ella vio fotos de él en una escapada con amigos a Roma. Él vio las que puso ella de las bodas de plata de sus padres.

"Estas navidades vamos todos a Madrid a pasar unos días en casa de mis abuelos", le informó él. "Estaremos del 23 de diciembre al 2 de enero. Podríamos vernos un día." A ella le pareció una gran idea. "Perfecto, dime cuándo puedes quedar a tomar un café o algo". Él le propuso que se pasara por la casa de los abuelos el 26 por la tarde.

Mar le compró un pequeño regalo de navidad, un llavero con una tabla periódica que le pareció ideal para un químico próximo a graduarse. Cuando llamó al timbre, estaba un poco nerviosa.

Le abrió la puerta Teresa. Se alegró muchísimo de verla después de tantos años. ¡"¡Qué guapa estás! ¡y qué alta!" Mar le devolvió los elogios mientras atisbaba el interior.

"Jaime y su novia se han ido hace un rato, justo después de comer", le anunció en cuanto le cogió el abrigo. "A ella la han llamado del trabajo. Tenía vacaciones pero un compañero ha sufrido un accidente y le han pedido que las aplazara porque la necesitaban."

Los dedos de Mar apretaron con tanta fuerza el paquetito del llavero que se le pusieron blancos.

Selección

Que la memoria es selectiva lo sabemos de sobra. Que la de cada uno selecciona algo distinto, también. Una búsqueda imprecisa en google arroja resultados opuestos, como "Por qué recordamos más los buenos momentos" y "Por qué recordamos mejor los malos momentos". Para lo que quiero contar basta esta explicación sencilla: "La memoria es selectiva, por eso recordamos solo lo que es más significativo para nosotros" (fuente).

No hace mucho viví un maravilloso reencuentro de personas que pusimos en marcha un proyecto hace veinte años. Algunas nos hemos seguido viendo a diario este tiempo, de otras nos distanciamos. Es normal no recordar a todo el mundo: había grupos distintos, horarios distintos, trabajos distintos. Sin embargo, hubo momentos especiales que nos implicaron a todos y deberían haberse grabado en el recuerdo de todos.

Es lo que imaginaba yo. Pero me equivocaba. Entre anécdota y anécdota yo mencioné una actividad que llevamos a cabo durante dos días: sacamos nuestro trabajo a la calle. Decenas de personas estuvimos desarrollando nuestra labor habitual en una céntrica plaza de Madrid, con la gente mirando y haciéndonos preguntas. Yo recuerdo haber explicado decenas de veces lo que estaba haciendo a personas de todas las edades a quienes les había llamado la atención. Y recuerdo haber sentido la satisfacción de ver valorados mi trabajo cotidiano y el papel de mi empresa en la sociedad.

Los compañeros con los que he comentado ahora este recuerdo no lo tenían en su memoria. Unos, porque no participaron directamente; otros porque, a pesar de haberlo hecho, lo han olvidado. Me siento como si tuviera una joya y los demás la consideraran bisutería. Y no sé si podré disfrutar tanto del recuerdo si no tengo a nadie con quien compartir el entusiasmo.

Esperando el momento

Estrictamente hablando, nunca fuimos infieles. Solo estuvimos juntos cuando ninguno de los dos estaba con otra persona. Dónde anduvieran nuestros pensamientos era solo asunto nuestro.

Vivíamos en ciudades distintas. Fue el trabajo lo que nos puso en contacto. Intercambiamos una serie de correos en los que el tono pasó de formal a cálidamente amistoso. Cuando nos conocimos en persona, él salía con una chica. No le hicieron falta más explicaciones. El contacto físico se limitó a un apretón de manos. Pero nos palpamos con la mirada.

En nuestro siguiente encuentro él ya no tenía pareja. Pasamos un fin de semana intenso. Luego se despidió: la empresa le había encargado poner en marcha una oficina en otro país. En teoría era cuestión de seis u ocho meses.

Tardamos año y medio en volver a coincidir. Entonces era yo quien tenía una relación. Su saludo iba a ser efusivo pero se dio cuenta de que aquel chico me tenía cogida de la mano y todo quedó en un "te he echado de menos".

Cuando aquella historia acabó, fui a verle. Después de una noche de recuperar el tiempo perdido, me contó que le había propuesto vivir juntos a la chica con la que le vi la primera vez. Ella se lo estaba pensando. Poco después le dijo que sí y yo volví a casa.

El verano siguiente conocí la noticia: un infarto le había llevado al hospital. Yo estaba de vacaciones al otro lado del mundo y no pude ir a verle. Parecía que se recuperaba pero murió a los pocos días.

Dos semanas más tarde recibí un paquete certificado. Lo remitía un amigo común. Él le había dejado encargado que me hiciera llegar una cajita. Dentro, un anillo y una nota. "Lo compré para ti hace mucho tiempo. Estaba esperando el momento."
   
Saqué el anillo y me lo colgué del cuello, en la cadenita de donde pendía el que yo había comprado para él.

lunes, 15 de enero de 2018

Reincidencia

- Tienes una infidelidad patológica.

-  No, cariño, simplemente tengo una mentalidad más moderna que la tuya. Tú eres de los que se aferran a algo y no lo sueltan. Odias que te saquen de la rutina. ¡Caramba, Julián, si hasta te cuesta cambiar el cepillo de dientes! Un psicólogo te diría que claramente le tienes fobia al cambio

- No me vengas con esas. Tú le tienes fobia al compromiso.

- Estoy intentando hacerte ver las cosas como las veo yo. Intenta comprenderme. Por un lado, la vida no tiene por qué darte lo mejor a la primera. Y si te has equivocado no hay que resignarse sino seguir buscando. Por otra parte, no somos iguales a los veinticinco que a los cuarenta. La experiencia nos va haciendo ver con más claridad lo que nos gusta, lo que nos conviene. Empiezas algo con ilusión pero se convierte en decepción. No puedes comprometerte para toda la eternidad cuando tu propio cerebro va cambiando para adaptarse a las circunstancias, para amoldarse.

- Todo lo que quieras, pero llevamos casados siete años y hemos cambiado tres veces de compañía de teléfono, dos de compañía eléctrica, otras tres de banco y ¡cuatro, María, cuatro de médico de atención primaria!, ¡que en el centro de salud ya me dicen que si voy a por el pleno me quedan solo ocho facultativos por probar!


Con este relato participo en la convocatoria #relatosInfidelidad de "@divagacionistas