lunes, 27 de abril de 2020

A la defensiva

Había leído seis veces aquel correo. La primera, del tirón. Luego, con calma. Las dos últimas, fijándose al máximo.

Ni una sola incorrección, ni una coma de más, ni una tilde indebida. El lenguaje era fluido; el estilo, informal pero no vulgar; el contenido, claro e interesante; la sensación... acogedora.

Leía a diario decenas de correos, casi todos de trabajo. Nunca se había acostumbrado a las faltas de ortografía ni a las patadas al diccionario, tampoco a los tópicos ni a la morralla. Y echaba de menos encontrarse con alguno, aunque fuera solo uno, que pudiera leerse en paz, sin la menor incomodidad. Lo mismo podía decir de los informes que le tocaba supervisar.

Muchos de sus compañeros tenían formación universitaria, lo cual había comprobado no garantiza un buen conocimiento del propio idioma. En su caso, lo tenía desde que terminó la enseñanza secundaria. Cuestión de interés, suponía, y de respeto hacia los demás. Lo de detectar todos los errores y sentir pena, desagrado o indignación, según los casos, le parecía más bien una maldición.

El primer correo en dos años al que no podía ponerle una sola pega lo remitía alguien a quien no conocía personalmente. Una lástima, no era fácil encontrar personas que se expresaran tan bien y aparentemente con tanta facilidad.

Decidió añadir una breve felicitación por ello a su respuesta. Se estaba saliendo de lo estrictamente profesional pero... pocas cosas le producían tanto bienestar como ponerse a leer sin estar a la defensiva.

El placer de compartir el amor por el lenguaje.


Esta entrada participa en los #relatosPlaceres de @divagacionistas.