lunes, 19 de marzo de 2018

Mirarte

Me he acostumbrado a mirarte desde lejos.

Cuando nos conocimos, tan jóvenes, ya éramos muy distintos. Yo pensaba en el mañana, tú vivías el día a día. Yo creía que mi futuro estaba en mis manos, tú desconfiabas de tus capacidades. Nos enamoramos, a pesar de todo. Nunca he querido a nadie más.


Encontramos trabajo los dos en la misma fábrica. Yo aprovechaba el tiempo libre para estudiar a distancia. Cuando me licencié y pasé a un puesto de oficina, te sentiste mal aunque jamás te reproché tu apego a lo conocido, tu miedo a los cambios. Cuando empecé a echar currículos en otras empresas, tus miradas me acusaban de poner en peligro nuestra estabilidad. Cuando me contrataron con un sueldo casi el doble que el tuyo, temiste que me enamorara de alguno de esos compañeros con traje y coche de alta gama.


Siempre te he querido. Decías que yo avanzaba y te dejaba atrás pero fuiste tú quien se alejó. Nos divorciamos porque tú dabas por hecho que me estorbabas, algo absolutamente incomprensible para mí. Acepté tu decisión.


Al notar que me evitabas, dejé de ir a los lugares que frecuentábamos para ahorrarte la incomodidad de hacer como que no me veías, de salir sin terminarte el café. Te echaba tanto de menos que a veces madrugaba para verte entrar en la fábrica a las siete de la mañana. Pero lo dejaste. Te empleaste en un pesquero. Ahora pasas meses lejos de aquí.


Y yo me he hecho amiga del farero. Me deja subir cuando zarpas y quedarme mirando tu barco hasta que desaparece por el horizonte.




Este relato participa en la convocatoria #relatosHorizonte de @divagacionistas.