jueves, 31 de diciembre de 2020

Otro más

Todos los años agradezco esa sensación de final y comienzo que nos permite por estas fechas el tener el tiempo dividido, compartimentado. Puedo imaginar que cuando uno de los periodos marcados se termina, todo lo que ocurrió en ese tiempo se queda atrás y empieza algo totalmente nuevo. Es más fácil no ensuciar que limpiar, decía mi madre; es más fácil no estropear que arreglar, y este año que empieza intentaremos no estropear nada, por muy hecho polvo que nos haya quedado todo en el pasado.

Porque el balance del año es malo, digámoslo claramente. Las relaciones personales y sociales o han hibernado o se han deteriorado o directamente han fenecido. Al principio las redes parecían una buena forma de mantener el contacto pero en mi caso ha ocurrido justo lo contrario, no sé si porque las he puesto a hibernar también o porque he descubierto que es más fácil vivir sin hacerles mucho caso. Las personas no son su avatar en el mundo virtual. Tampoco son sus mensajes ni su voz por el teléfono, ni siquiera su cara en una pantalla. 

El año que asoma no tiene muy buena cara de momento. A ver si coge brillo, que no estamos para muchas penumbras más.

lunes, 21 de diciembre de 2020

Queridos Reyes Magos



Queridos Reyes Magos:

Son tiempos extraños. Este año han ocurrido cosas como que algunos llegaran a odiar las paredes y el techo que los cobijaban y desearan por encima de todo encontrarse al aire libre. No es mi caso. Después de tantos años, mi hogar actual es para mí el lugar más acogedor y seguro del mundo.

Pero estas navidades serán distintas. Me faltará el hogar de mi infancia, donde siempre hemos celebrado parte de las fiestas, incluidos vuestra visita y los regalos que nos dejabais. Esa casa está en proceso de transformación. Dejará de ser lo que fue y se adaptará a circunstancias nuevas.

Así que este próximo 6 de enero no habrá nadie allí para abrir regalos y comer roscón con chocolate. Podéis dejarme lo que pensarais traerme en esta casa donde pronto dejaré de estar. Habrá aquí también un regalo especial, hecho con esfuerzo y cariño, para una persona que no lo recogerá. Vosotros, que recorréis distancias tan grandes, deberíais explicarnos cómo salvar otras mayores.

Cambiar de casa, de trabajo, perder a personas que te importaban y que te hacían feliz… Son techos que dejamos de tener sobre nuestras cabezas. Hogares emocionales que perdemos. La vida sigue, pero cuesta más esfuerzo. La añoranza le roba espacio a la alegría.

Así que, queridos Reyes Magos, traedme esperanza.


Este relato participa en los #relatosHogar de @divagacionistas

lunes, 30 de noviembre de 2020

Apuestas

- ¿Cómo va la cosa?

- Psé. Lo de los impuestos pinta mejor que lo de los empleos, pero tampoco gran cosa. No se ve un claro ganador esta vez.

Cada cual ante su ordenador, los miembros del equipo parecían aburridos mientras analizaban los programas electorales. Alguno daba sorbos a su taza de café, otros miraban al móvil... De pronto se alzó un murmullo en dos de las mesas.

- Parece que alguien apuesta fuerte al cambio constitucional.

El murmullo cesó, volvió el tedio.

Un hombre de pelo canoso se acercó a la mesa del jefe y hablaron un rato en voz baja. Cuando volvió a su ordenador, se puso a teclear con entusiasmo. Al cabo de un par de horas regresó con varias candidatas.

- Tengo la ruptura del Concordato, el traslado de los restos del dictador, un referéndum y luego, claro, siempre está el tema de la educación, en uno u otro sentido.

- Gracias, lo vemos en la reunión de después de comer.

Quizá fue el efecto del vino de la comida o quizá el ansia por terminar aquella tarea; el caso es que el debate fue breve y bastó una votación para decidir.

- Señores, hay ganador. Nuestra apuesta para la promesa electoral incumplida más criticada de esta legislatura será el traslado de los restos del dictador. Es, con mucho, la de componente más emotivo, la más polarizadora y la que más presión en contra hallará. Se ha impuesto con holgura a la segunda más votada, la ruptura del Concordato con la Santa Sede.

El portal publicó, por fin, su vaticinio, en el que coincidieron dos webs más. El dinero empezó a moverse.

Sería la primera vez que fallaba. 


Esta entrada participa en los #relatosPromesas de @divagacionistas.

lunes, 26 de octubre de 2020

Inmortales

Siempre me gustó conservar el pasado, el mío. Fui la que se puso manos a la obra un día y colocó en álbumes las fotos que tenían mis padres guardadas en cajas. Conservé tareas escolares de mi niñez y cuadernillos de notas de mi adolescencia. Cuando mis padres hicieron obra en casa, me acerqué una tarde para rescatar, de entre los cascotes. fragmentos de los distintos papeles pintados con que habían estado empapeladas las paredes de mi cuarto y del de mis hermanos. Atesoré las cartas (bendito papel) que me escribieron familia, amigos y novios en los tiempos huérfanos de internet. Guardé manualidades hechas en el colegio. Y escribo desde los 14 años un diario en papel.

Después de fallecer mis padres he emprendido la dura tarea de vaciar su casa y arreglarla. Han brotado toneladas de papeles de todas partes. La mayoría, inútiles ya, han terminado destruidos y en el contenedor pero unos pocos me han dibujado la vida de mis progenitores. De un maletín surgieron la tarjeta con que mis abuelos anunciaron a sus allegados el nacimiento de mi padre, la cuartilla donde anotaron su curioso vocabulario infantil, sus notas del colegio y el instituto... De otro maletín brotaron las calificaciones de mi madre y, de un cajón, una trenza de pelo castaño, que se cortó después de casarse. Allí estaban también el primer contrato de alquiler de su casa y el del suministro eléctrico, la escritura de propiedad cuando la compraron y la cancelación de la hipoteca, muchos años después.

En una vitrina, una cajita resguardaba las cartas de amor que intercambiaron durante su breve noviazgo a distancia. En un armario he encontrado contratos de trabajo de ambos y muy variadas muestras de su buen hacer profesional, incluyendo dibujos de mi padre que merecerían haber colgado, enmarcados, de las paredes. Facturas de los muebles que compraron, letras que firmaron, bocetos de cómo imaginaban su dormitorio. Montones de fotos. Y muchas cosas nuestras, de sus hijos, desde cuadernos de dibujo a notas del colegio. Había también ropa, incluyendo colchas, manteles y sábanas retirados ya del uso pero que nunca se decidieron a tirar.

Siendo la sentimental que soy, he decidido conservar muchos de estos hallazgos. Aspiro a reconstruir con ellos la historia de la vida de mis padres. Me estoy sintiendo muy, muy vieja con esto, pero también un poquito inmortal, como ahora lo son ellos.



Esta entrada participa en los #relatosBrotes de @divagacionistas

lunes, 28 de septiembre de 2020

Picos y pañales

Cambiar pañales puede pareceros una tarea algo desagradable pero el pañal sucio se cierra y el paquetito va a la basura, muchas veces sin que apenas se manche uno los dedos.

Soy de una generación anterior a la generalización de los pañales desechables. Parece que fue hace una eternidad pero no es tanto; al menos, no tanto como para no recordar con detalle lo que eso suponía. Cambiar al bebé implicaba tirar los residuos sólidos al retrete y lavar el pañal y el pico sucios, pringados, mojados, malolientes...

Las canastillas de los bebés incluían decenas de lienzos cuadrados de algodón de trama poco tupida -los pañales- y otros triangulares más compactos -los picos-. Los pañales se doblaban en tres para dejarlos como rectángulos alargados y se colocaban sobre el triángulo invertido que era el pico; se tumbaba al bebé boca arriba sobre el conjunto, se le cubría con el pañal y la punta inferior, se cerraban las laterales sobre todo ello y se fijaban con un imperdible. Pronto la forma del pico dio paso a otra de tipo reloj de arena, con cintas, luego velcros, para fijar ambos lados sobre las caderas.




De niña lavé a mano pañales y picos de mi hermano menor. Para cuando nació mi hermana más pequeña, los pañales desechables ya se vendían en los supermercados a precios asequibles. Es, desde luego, más higiénico: evita el contacto con orina y heces. Es también menos sostenible: genera una inmensidad de residuos no reciclables. Muchas páginas web animan a volver a utilizar los pañales de tela. Se venden unos parecidos a los de mi infancia, aunque estéticamente más cuidados. Lo que no vuelve son los picos triangulares. Era una solución simple pero poco eficaz para los tiempos actuales.

Recuerdo con cariño uno de aquellos imperdibles -con cierre de seguridad- para sujetar los picos. Tenía una cabeza de cerdito en plástico rosa. Uno de esos objetos de la infancia que tenía olvidados hasta hoy.

                                                



Con esta entrada participo en los #relatosPicos de @divagacionistas.

Una foto

Como cada tarde, empezó por colocar en sus estanterías los libros devueltos a lo largo de la mañana. No eran muchos pero eran cada vez más.

Desde que la pusieron a teletrabajar con lo de la pandemia había decidido buscar una casita en algún pueblo. Un lugar donde pudiera tener más de los veinticinco metros cuadrados que en Madrid se le llevaban medio sueldo y donde la ventana del dormitorio-salón-cocina no diera a un patio interior. Un lugar desde donde poder visitar a sus padres los fines de semana sin pasarse horas en un autobús.

Aquel pueblo estaba a una distancia prudencial, la señal de wifi era lo bastante buena y había para alquilar una casita de dos alturas muy bien de precio. Se instaló en la planta de arriba, y en la de abajo, en la diáfana estancia principal, arrinconó la mesa de comedor y colocó su mesa de trabajo.

Las paredes, llenas de estanterías vacías, le dieron la idea. Se trajo de casa de sus padres todos los libros que había ido acumulando durante años en cajas, a falta de espacio, y los distribuyó por los estantes. Luego hizo un cartel que colgó en la puerta de entrada.


Los vecinos no habían tardado en preguntar. Ella explicó que prestaría sus libros gratis, solo por el placer de ver a otros disfrutar de su lectura como había disfrutado ella.

Pronto tuvo un pequeño grupo de habituales. Y luego gente nueva que venía con peticiones concretas, recomendaciones de otros.

Esa mañana, al ir a guardar un volumen, vio que entre las páginas asomaba el pico de un papel.

No era raro que alguien se dejara el papelito con que había ido marcando la página en que interrumpía su lectura (les había rogado a todos que no doblasen la esquina de la hoja). Tiró del pico para sacar el papel. Era una foto. Un niño y una niña de unos doce años cogidos de la mano ante un colegio. La niña era ella.

Escrita por detrás, una frase: ¿Me recuerdas? Y una firma: Toño.

Miró en su cuaderno a quién le había prestado ese libro. Antonio Álvarez. En aquel momento el nombre no le había dicho nada. Ahora le trajo mil recuerdos, entre ellos el de un beso de despedida cuando él cambió de barrio y de colegio.

Sonrió, guardó la foto en el cuaderno y colgó el cartel de Abierto en la puerta.


Con esta entrada participo en la convocatoria #relatosPicos de @divagacionistas.

lunes, 27 de julio de 2020

Solo sabemos más

Me gusta sentarme tranquilamente a no hacer nada más que pensar, dar vueltas a las cosas que tengo en la cabeza o dejar volar la imaginación. A veces me imagino a mí misma en una historia imposible o improbable y pienso en cómo actuaría. Uno de esos escenarios mentales que me entretienen es el de viajar al pasado y explicar a personas de la época cuestiones que hoy son de conocimiento general pero en su día supusieron un gran cambio, un salto mental para la especie humana.

Me imagino, por ejemplo, informando a gente del siglo XII de que la falta de higiene nos hace contraer infecciones potencialmente mortales. Que hay seres microscópicos, invisibles, capaces de invadir nuestro cuerpo y, venciendo toda resistencia, acabar con nuestra vida. Me tomarían por loca.

O me imagino explicando a los antiguos romanos que la Luna es un cuerpo similar a la Tierra, que estamos enlazados por la gravedad en función de nuestras respectivas masas y que la distancia entre una y otra se puede salvar con determinadas condiciones. Pensarían que sufro una forma curiosa de locura.

O revelando a gente de cualquier época que los dioses son solo invenciones del ser humano, que cada sociedad, cada cultura, les da las características que interesan para cohesionarla o para reforzar el poder de quienes lo ostentan, y que las "revelaciones divinas" no superan nunca los conocimientos humanos del momento, rebatidos actualmente en su mayoría por la ciencia. Quienes no me tomaran por loca, me acusarían de subversiva. En cualquier caso, me encerrarían o me ejecutarían.

No estamos locos, solo sabemos más.



Con esta entrada participo en los #relatosLocura de @divagacionistas.

sábado, 27 de junio de 2020

In memoriam

Nací año y medio después del final de la guerra, si bien en mi ciudad había terminado mucho antes. Fui la tercera hija de mi madre; la segunda no sobrevivió.

El trabajo de mi padre nos llevó a cambiar de ciudad a mis seis años. Tuve una infancia y adolescencia relativamente felices, aunque con una carencia especialmente marcada: el no poder cursar estudios superiores. Se intentó, pero las monjas solo becaban a las futuras novicias y pronto vieron que no era mi caso.

Me enamoré en el verano de mis veinte años de un hombre natural de mi ciudad de adopción que entonces vivía en otra. Nos presentaron durante sus vacaciones unos amigos comunes. Él, con treinta y un trabajo, supo atraerme, convencerme para hacernos novios y, en las dos veces que nos vimos en los meses posteriores, para casarnos recién estrenado el año siguiente.

En los noviazgos de entonces, cortos o largos, las parejas se conocían poco. Luego nos descubrimos bastantes diferencias pero las similitudes y la voluntad nos mantuvieron unidos. Fue difícil sacar adelante a cinco hijos con un solo sueldo.

Los adoraba, pero quise trabajar además de ser esposa, madre y ama de casa. Tuve una primera experiencia, fugaz por las circunstancias y los prejuicios, también de mi marido. Al ir creciendo los niños, volví al instituto para sacarme el COU y la Selectividad. Tenía la edad de mis profesores. Empecé Físicas pero los horarios eran demasiado exigentes. Más adelante elegí Imagen y Sonido y me licencié en la misma época que mis hijos mayores.

Conseguí trabajos, temporales, algunos de varios años. Me descubrí capacidades nuevas, me encantó conocer gente y me enorgulleció cada muestra de reconocimiento. También hubo momentos malos, duros, pero los obviaré.

Varias enfermedades de mi marido, ya independizados los hijos, me llevaron a dedicarle la mucha atención que necesitaba. Nuestros últimos años juntos fueron bastante felices pese a todo.

Le perdí repentinamente. Me quedé sola en casa y me sentí sola en la vida. Necesitaba ver más a mis hijos y nietos, hablar con ellos a diario, hacer cosas juntos. Ocurría, pero no tan a menudo como yo deseaba, para mi tristeza.

Morí en una de esas ocasiones en que estábamos juntos. También de repente. Seguramente sin darme cuenta de que ya no recuperaría el conocimiento nunca más. Ni mi marido ni yo pensábamos que hubiera nada después. Viviré en el recuerdo de quienes me amaron.


Con esta autobiografía imaginaria de mi madre, a modo de homenaje, participo en los #relatosMadres de @divagacionistas

jueves, 25 de junio de 2020

Notarios

La muy humana necesidad de contar, de narrar, para la mayoría de nosotros necesita un interlocutor de confianza y a quien le importemos. En cambio, si te da igual quién lea, vea o escuche o deseas llegar a mucha gente, ahora dispones de redes sociales: puentes que salvan todas las distancias hasta ojos y oídos abiertos.

¿Y si quieres dejar constancia de lo que ves, explicar lo que haces, expresar lo que sientes, pero no quieres airearlo? Para eso están los diarios privados, los personales e íntimos. Esos que jamás querrías que nadie leyera. El reducto de la sinceridad absoluta. La crónica del viaje entre lo que empezaste siendo y esto en lo que te has convertido. Los deseos que se cumplen y los que no, los logros y los fracasos. Y, sobre todo, las sensaciones, opiniones, miedos, odios y amores.

Si un diario es sincero, leer en tu madurez las palabras de tu juventud quizá te avergüence o te llene de ternura. Tal vez te ayude a entender, años después, por qué te enamoraste de esa persona en quien ahora eres incapaz de ver ninguna virtud, o por qué dejaste escapar a esa otra con la que sin duda habrías llegado a entenderte a la perfección. Te permitirá recordar por qué aceptaste ese trabajo o rechazaste aquella oferta o te rendiste cuando estabas a punto de conseguir...

Si eres de los que quieren saber la verdad y no la versión adaptada, edulcorada y complaciente que nos vamos fabricando con los años, escribe un diario solo para tus ojos. Sé notario de tu vida. Descubrirás tus defectos y, si eres valiente, aprenderás de tus errores. 

lunes, 25 de mayo de 2020

Como los gatos

Hace unos días vi esta foto en Twitter: un mercado en Filipinas, donde se habían pintado círculos en el suelo para marcar la distancia de seguridad entre las personas que esperaban... pero los habían ocupado gatos. La foto la utilizaba un biólogo para ilustrar la tendencia de los gatos a refugiarse en espacios pequeños y cerrados, aunque sean espacios virtuales.



Puedo imaginar más de un lugar real o virtual que me haga el mismo efecto que esos círculos a esos animalitos. Alguna vez he sentido que el simple hecho de meterme en la cama me aislaba del mundo. También me he refugiado en las páginas de un libro. O detrás de unas gafas de sol, como si mirar sin que nos vieran los ojos nos protegiera de algo. Hay niños pequeños que cuando juegan al escondite se acurrucan a la vista de todo el mundo pero se tapan la cara y eso ya les da la sensación de estar fuera del alcance de las miradas ajenas.

Hay quien se refugia en el silencio, aunque eso, más que un círculo, sería una esfera. Y hay quien no necesita nada físico en torno para sentirse sumergido en una burbuja protectora porque sabe aislarse mentalmente de lo que tiene alrededor.

Por las noches, cuando me relajo e intento dormir, los pensamientos que me he esforzado en relegar durante el día se cuelan por las rendijas y se adueñan de mi cerebro. Pero esta noche voy a ensayar la táctica de los gatos. Dibujaré mentalmente un círculo vacío y me meteré en él para dejar fuera todo aquello en lo que no quiero pensar.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosCírculos de @divagacionistas

martes, 19 de mayo de 2020

De noche

Cae la noche y la vida se va vaciando. Poco dormir y menos aún soñar ofrece esa cama. Para qué cerrar los ojos si nada vuelve de madrugada.

Rehúyo los lugares donde se congeló el último recuerdo. Los recuerdos ya no llevan a ninguna parte.

El silencio a estas horas no es acogedor. Hace eco.

Y el pensamiento no sabe encontrar un camino conocido para volver a casa.


lunes, 27 de abril de 2020

A la defensiva

Había leído seis veces aquel correo. La primera, del tirón. Luego, con calma. Las dos últimas, fijándose al máximo.

Ni una sola incorrección, ni una coma de más, ni una tilde indebida. El lenguaje era fluido; el estilo, informal pero no vulgar; el contenido, claro e interesante; la sensación... acogedora.

Leía a diario decenas de correos, casi todos de trabajo. Nunca se había acostumbrado a las faltas de ortografía ni a las patadas al diccionario, tampoco a los tópicos ni a la morralla. Y echaba de menos encontrarse con alguno, aunque fuera solo uno, que pudiera leerse en paz, sin la menor incomodidad. Lo mismo podía decir de los informes que le tocaba supervisar.

Muchos de sus compañeros tenían formación universitaria, lo cual había comprobado no garantiza un buen conocimiento del propio idioma. En su caso, lo tenía desde que terminó la enseñanza secundaria. Cuestión de interés, suponía, y de respeto hacia los demás. Lo de detectar todos los errores y sentir pena, desagrado o indignación, según los casos, le parecía más bien una maldición.

El primer correo en dos años al que no podía ponerle una sola pega lo remitía alguien a quien no conocía personalmente. Una lástima, no era fácil encontrar personas que se expresaran tan bien y aparentemente con tanta facilidad.

Decidió añadir una breve felicitación por ello a su respuesta. Se estaba saliendo de lo estrictamente profesional pero... pocas cosas le producían tanto bienestar como ponerse a leer sin estar a la defensiva.

El placer de compartir el amor por el lenguaje.


Esta entrada participa en los #relatosPlaceres de @divagacionistas.

lunes, 30 de marzo de 2020

No tocar

Reconozco este paisaje urbano. No me desconcierta. Lo he visto en los amaneceres de domingo yendo a trabajar; en las tardes de agosto, con las tiendas cerradas en masa; en las noches de mi nada turístico barrio. Ir y volver del trabajo estos días y cruzarme apenas con una docena de personas no está dejando imágenes nuevas en mi retina ni sensaciones distintas en mi cerebro. Salgo de mi casa una vez al día, cinco días por semana. Y mientras estoy dentro, no me siento encerrada, ¿dónde iba a estar mejor? Me relaciono con gente a diario: hablo y escucho, intercambio mensajes, leo y escribo...

Pero sí hay un límite extraño que me cuesta asumir: el de no tocar nada. Lavarme las manos si lo hago sin querer o por necesidad. Desinfectar mi puesto de trabajo cuando llego. Ahora todo es un peligro en potencia. Me acerco a comentar algo con alguien y tengo que echar el freno un metro antes de lo que mi cultura mediterránea me marca como normal. El viernes una compañera lloraba tras recibir la noticia de la muerte de un amigo y ninguno pudimos abrazarla, no hubo más consuelo que el de las palabras dichas a través de un muro invisible de precaución.

Hace dieciocho días que no toco a nadie. A requerimiento de mi empresa, mi aislamiento empezó un par de días antes de que se impusiera en este país. No es que yo sea muy de tocar, pero desde luego no soy muy de evitar. Echo de menos una mano en el hombro, una palmadita amistosa. Los besos de mis seres queridos han quedado para otra ocasión. A la persona a la que más querría abrazar ni siquiera puedo ir a verla.

La mano es la herramienta del alma, dice un poema de Miguel Hernández. Si las manos trabajan pero no acarician, una zona del cerebro nota un inmenso vacío.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosLímites de @divagacionistas



lunes, 24 de febrero de 2020

Más vale que falte

Sensación de cansancio; mayor probabilidad de ansiedad, depresión y estrés; menor calidad de vida; mayor probabilidad de accidentes de tráfico o laborales; deterioro neuro-cognitivo; hay estudios que señalan relación con el alzhéimer y enfermedades cardiovasculares.

Leyó de un tirón y releyó parándose en cada palabra.

Vaya panorama. La falta de sueño parecía asegurar una vida poco agradable.

Mareos, dolor de cabeza, problemas gastrointestinales, reacciones alérgicas, somnolencia, problemas de memoria, de atención, tolerancia, efecto rebote y síndrome de abstinencia. 

Los somníferos también podían traer problemas. Era como elegir entre el fuego y las brasas.

Yoga, meditación, hipnosis, masturbación, técnicas de relajación, leer, escuchar música, darse una ducha caliente... Podía volver a probarlo todo pero nada había funcionado la primera vez.

Su gato dormía quince horas diarias. Su sobrinillo de dos meses casi lo mismo. Su marido podía, si le dejaban, llegar a diez los fines de semana. Ella nunca había necesitado más de seis y la mitad de los días no conseguía llegar ni a cuatro. Los envidiaba a todos, envidiaba su modorra, su remoloneo en la cama, su apego al colchón. Hasta aquel día.

Se dio un golpe en la cabeza contra una puerta de cristal. El dolor no fue muy intenso. La ceja se hinchó y se amorató. Luego el amoratamiento bajó hasta rodear el ojo por completo. Ella no se preocupó. No parecía haberse roto ningún hueso.

Al segundo día notó algo muy extraño. A media mañana tenía sueño. No le había ocurrido nunca, ni siquiera los días en que dormía solo tres horas. A media tarde le costaba mantenerse despierta. Se quedó frita nada más llegar a casa. Al día siguiente la somnolencia era constante. Le costaba entender lo que leía. Se hubiera echado la siesta de pie en el autobús de vuelta. Volvió a caer en la cama sin cenar y le costó abrir el ojo a la mañana siguiente. Fue al ambulatorio, donde la enviaron de inmediato al hospital. Examen, preguntas, TAC... Tenía una conmoción cerebral.

Después de unos días de baja en que se sintió zombi tuvo claro que quien necesita dormir y no puede es mucho más desgraciado que quien quiere pero no lo necesita. Si algo tiene que escasear, que sean las ganas y no la posibilidad de satisfacerlas, se dijo.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosEscasez de @divagacionistas.

lunes, 27 de enero de 2020

SeekFreak

- Compañeros de rarezas, una aplicación para dejar de sentirse rarito. La llamamos SeekFreak

- Suena bien. ¿Y en qué dice que consiste?

- Pretendemos poner en contacto a gente que tiene las mismas manías, los mismos gustos excéntricos, las mismas pasiones poco comunes. Te ayuda a descubrir que no estás solo en tus frikadas, lo cual alivia psicológicamente. Puede desembocar en la creación de clubes o asociaciones, incluso.

- ¿Cómo funciona?

- Tenemos creadas unas categorías por defecto y hemos puesto ya algunas rarezas a título orientativo. Pero la gracia del asunto es que permite al usuario hacer subcategorías y añadir sus propias particularidades. Por ejemplo, tenemos la categoría de fetichismo, la de alimentación, la de ocio y cultura... En fetichismo hemos hecho divisiones: sexual, cinematográfico... En alimentación estamos pensando si incluir, por ejemplo, ascos además de amores y odios.

- Veo complicado lo de que se puedan abrir categorías nuevas por parte del usuario. ¿No se convertirá eso en una maraña incomprensible?

- Bueno, tenga en cuenta que el rarito, en el fondo, no quiere sentirse uno más del montón. Si ve que en su grupo hay demasiada gente, querrá diferenciarse. Es como si dentro del fenómeno fan, sección cine, subsección peliculas de ciencia ficción, grupo Star Wars, una persona se inscribe en los haters de Luke Skywalker. Pero se encuentra con que allí no todos odian al tipo ese por los mismos motivos. Entonces puede abrir subcarpeta para quienes creen que fue un lameculos de Yoda, pongo por caso.

- Me da a mí que la categoría fenómeno fan va a ser un sindiós.

- Quizá, pero es el nicho de mercado más amplio. Aunque, fíjese, en lo que más esperanzas tengo puestas es en la alimentación.

- No me diga. ¿Por qué?

- Porque cada vez conozco a más personas a las que les han, digamos, diagnosticado una rara combinación de alergias e intolerancias que no se da en nadie más, según el gurú de turno. Buscar a alguien con el mismo problema no debería ser difícil con nuestra app.

- Me está convenciendo. ¿Quedamos la semana que viene su equipo de desarrolladores y mi equipo financiero?




Esta entrada participa en los #relatosRarezas de @divagacionistas