lunes, 19 de febrero de 2018

Si esto se supiera...

- Pero... ¡qué sinvergüenza! No me había dado cuenta de lo que estaba haciendo. Me parecía sospechoso todo ese secretismo, ese tejemaneje. Ahora lo veo claro. Y qué bien lo ha tapado. Si no se me ocurre mirar estos papeles, no habría visto nada raro.

- Perdona que recurra a nuestra amistad pero tengo que contártelo extraoficialmente porque me juego el puesto, no puedo poner una denuncia. Ya sé que tú no te dedicas a temas de corrupción pero se lo podrías hacer llegar a algún compañero, ¿verdad? Sobre todo, que no salga mi nombre a relucir. Te paso fotocopias y, si necesitas más pruebas, ya veré cómo las consigo sin que sepan que he sido yo.

- Jefe, me llega esto de una fuente que necesita permanecer en el anonimato. Solo con el primer vistazo ya se nota que hay algo sucio. Me gustaría ponerme a investigarlo. Yo creo que de aquí sale por lo menos un reportaje a doble página. Míratelo y dime algo.

- Oye, me han pasado copias de unos documentos en los que parece haber indicios que os comprometen. Mira, yo sé que te debo mi puesto, que mi periódico depende de la publicidad que ponéis. He convencido al responsable del área y le ha dicho al redactor que esto es demasiado endeble y que se olvide porque nos jugamos una demanda. Pero tú tienes que hablar con tu jefe porque si sigue por ahí, habrá más preguntas, más interés y no podré volver a taparlo.

- Escuche, la prensa anda detrás de esto. Me ha costado mucho impedir que lo investiguen. De momento no se va a publicar nada pero ya ha saltado la liebre y quien sea que haya dado el chivatazo no va a mirar para otro lado. Vaya con cuidado. Si esto se supiera...


Este relato participa en la convocatoria #relatosSilencio de @divagacionistas

domingo, 11 de febrero de 2018

Crecer

No hay un día igual a otro y ese es uno de los alicientes de la vida. Nos permite confiar en que sumaremos experiencias, olvidaremos fracasos, conoceremos personas, volveremos a ver a las que nos importan... No hay peor sensación que la de que el futuro no traerá nada bueno, ni siquiera nada nuevo aunque sea malo.

Lo que vivimos construye por acumulación lo que somos. Hay capas enteras que no hubiéramos querido sumar, pero ahí están, tapando algunos rasgos, matizando otros, recubiertas finalmente por muchas más.

Uno de los privilegios de la edad es tener tanto que ver cuando miras hacia adentro, atravesando capas con la memoria. Si algún contrapeso tiene el saber que te quedan menos años por delante de los que dejaste atrás es contar con un inmenso almacén de experiencias, recuerdos y conocimientos.

Y seguir creciendo hasta el último suspiro.

Esta vez tampoco

Las madres de Mar y Jaime se habían conocido hacía un par de años y ambas pensaban que sus respectivos hijos se iban a caer de maravilla. Pero no iban al mismo colegio, no vivían en el mismo barrio... Carmen, la madre de Mar, invitó a Jaime al cumpleaños de su hija, una tarde de junio. Unos días antes Jaime se cayó jugando al baloncesto y tuvieron que operarle el tobillo.

"Ya os conoceréis en septiembre, en el cumpleaños de Jaime, al que quedas invitada", le dijo Teresa, la madre de él. Sin embargo, al padre de su hipotético amigo le ofreció su empresa un puesto directivo en Alicante y toda la familia se mudó a finales de agosto.

Al año siguiente les invitaron a pasar una semana allí en julio para disfrutar de la playa. Ella no pudo ir, ese verano estaba en Edimburgo estudiando inglés.

Terminaron el colegio y empezaron a estudiar sus respectivas carreras. Un día él la buscó en las redes sociales. Se hicieron amigos en Facebook y se siguieron mutuamente en Twitter. Ninguno de los dos era muy activo en esos foros, aunque sí pudieron seguirse un poco la pista en los años siguientes. Ella vio fotos de él en una escapada con amigos a Roma. Él vio las que puso ella de las bodas de plata de sus padres.

"Estas navidades vamos todos a Madrid a pasar unos días en casa de mis abuelos", le informó él. "Estaremos del 23 de diciembre al 2 de enero. Podríamos vernos un día." A ella le pareció una gran idea. "Perfecto, dime cuándo puedes quedar a tomar un café o algo". Él le propuso que se pasara por la casa de los abuelos el 26 por la tarde.

Mar le compró un pequeño regalo de navidad, un llavero con una tabla periódica que le pareció ideal para un químico próximo a graduarse. Cuando llamó al timbre, estaba un poco nerviosa.

Le abrió la puerta Teresa. Se alegró muchísimo de verla después de tantos años. ¡"¡Qué guapa estás! ¡y qué alta!" Mar le devolvió los elogios mientras atisbaba el interior.

"Jaime y su novia se han ido hace un rato, justo después de comer", le anunció en cuanto le cogió el abrigo. "A ella la han llamado del trabajo. Tenía vacaciones pero un compañero ha sufrido un accidente y le han pedido que las aplazara porque la necesitaban."

Los dedos de Mar apretaron con tanta fuerza el paquetito del llavero que se le pusieron blancos.

Selección

Que la memoria es selectiva lo sabemos de sobra. Que la de cada uno selecciona algo distinto, también. Una búsqueda imprecisa en google arroja resultados opuestos, como "Por qué recordamos más los buenos momentos" y "Por qué recordamos mejor los malos momentos". Para lo que quiero contar basta esta explicación sencilla: "La memoria es selectiva, por eso recordamos solo lo que es más significativo para nosotros" (fuente).

No hace mucho viví un maravilloso reencuentro de personas que pusimos en marcha un proyecto hace veinte años. Algunas nos hemos seguido viendo a diario este tiempo, de otras nos distanciamos. Es normal no recordar a todo el mundo: había grupos distintos, horarios distintos, trabajos distintos. Sin embargo, hubo momentos especiales que nos implicaron a todos y deberían haberse grabado en el recuerdo de todos.

Es lo que imaginaba yo. Pero me equivocaba. Entre anécdota y anécdota yo mencioné una actividad que llevamos a cabo durante dos días: sacamos nuestro trabajo a la calle. Decenas de personas estuvimos desarrollando nuestra labor habitual en una céntrica plaza de Madrid, con la gente mirando y haciéndonos preguntas. Yo recuerdo haber explicado decenas de veces lo que estaba haciendo a personas de todas las edades a quienes les había llamado la atención. Y recuerdo haber sentido la satisfacción de ver valorados mi trabajo cotidiano y el papel de mi empresa en la sociedad.

Los compañeros con los que he comentado ahora este recuerdo no lo tenían en su memoria. Unos, porque no participaron directamente; otros porque, a pesar de haberlo hecho, lo han olvidado. Me siento como si tuviera una joya y los demás la consideraran bisutería. Y no sé si podré disfrutar tanto del recuerdo si no tengo a nadie con quien compartir el entusiasmo.

Esperando el momento

Estrictamente hablando, nunca fuimos infieles. Solo estuvimos juntos cuando ninguno de los dos estaba con otra persona. Dónde anduvieran nuestros pensamientos era solo asunto nuestro.

Vivíamos en ciudades distintas. Fue el trabajo lo que nos puso en contacto. Intercambiamos una serie de correos en los que el tono pasó de formal a cálidamente amistoso. Cuando nos conocimos en persona, él salía con una chica. No le hicieron falta más explicaciones. El contacto físico se limitó a un apretón de manos. Pero nos palpamos con la mirada.

En nuestro siguiente encuentro él ya no tenía pareja. Pasamos un fin de semana intenso. Luego se despidió: la empresa le había encargado poner en marcha una oficina en otro país. En teoría era cuestión de seis u ocho meses.

Tardamos año y medio en volver a coincidir. Entonces era yo quien tenía una relación. Su saludo iba a ser efusivo pero se dio cuenta de que aquel chico me tenía cogida de la mano y todo quedó en un "te he echado de menos".

Cuando aquella historia acabó, fui a verle. Después de una noche de recuperar el tiempo perdido, me contó que le había propuesto vivir juntos a la chica con la que le vi la primera vez. Ella se lo estaba pensando. Poco después le dijo que sí y yo volví a casa.

El verano siguiente conocí la noticia: un infarto le había llevado al hospital. Yo estaba de vacaciones al otro lado del mundo y no pude ir a verle. Parecía que se recuperaba pero murió a los pocos días.

Dos semanas más tarde recibí un paquete certificado. Lo remitía un amigo común. Él le había dejado encargado que me hiciera llegar una cajita. Dentro, un anillo y una nota. "Lo compré para ti hace mucho tiempo. Estaba esperando el momento."
   
Saqué el anillo y me lo colgué del cuello, en la cadenita de donde pendía el que yo había comprado para él.