lunes, 28 de septiembre de 2020

Picos y pañales

Cambiar pañales puede pareceros una tarea algo desagradable pero el pañal sucio se cierra y el paquetito va a la basura, muchas veces sin que apenas se manche uno los dedos.

Soy de una generación anterior a la generalización de los pañales desechables. Parece que fue hace una eternidad pero no es tanto; al menos, no tanto como para no recordar con detalle lo que eso suponía. Cambiar al bebé implicaba tirar los residuos sólidos al retrete y lavar el pañal y el pico sucios, pringados, mojados, malolientes...

Las canastillas de los bebés incluían decenas de lienzos cuadrados de algodón de trama poco tupida -los pañales- y otros triangulares más compactos -los picos-. Los pañales se doblaban en tres para dejarlos como rectángulos alargados y se colocaban sobre el triángulo invertido que era el pico; se tumbaba al bebé boca arriba sobre el conjunto, se le cubría con el pañal y la punta inferior, se cerraban las laterales sobre todo ello y se fijaban con un imperdible. Pronto la forma del pico dio paso a otra de tipo reloj de arena, con cintas, luego velcros, para fijar ambos lados sobre las caderas.




De niña lavé a mano pañales y picos de mi hermano menor. Para cuando nació mi hermana más pequeña, los pañales desechables ya se vendían en los supermercados a precios asequibles. Es, desde luego, más higiénico: evita el contacto con orina y heces. Es también menos sostenible: genera una inmensidad de residuos no reciclables. Muchas páginas web animan a volver a utilizar los pañales de tela. Se venden unos parecidos a los de mi infancia, aunque estéticamente más cuidados. Lo que no vuelve son los picos triangulares. Era una solución simple pero poco eficaz para los tiempos actuales.

Recuerdo con cariño uno de aquellos imperdibles -con cierre de seguridad- para sujetar los picos. Tenía una cabeza de cerdito en plástico rosa. Uno de esos objetos de la infancia que tenía olvidados hasta hoy.

                                                



Con esta entrada participo en los #relatosPicos de @divagacionistas.

Una foto

Como cada tarde, empezó por colocar en sus estanterías los libros devueltos a lo largo de la mañana. No eran muchos pero eran cada vez más.

Desde que la pusieron a teletrabajar con lo de la pandemia había decidido buscar una casita en algún pueblo. Un lugar donde pudiera tener más de los veinticinco metros cuadrados que en Madrid se le llevaban medio sueldo y donde la ventana del dormitorio-salón-cocina no diera a un patio interior. Un lugar desde donde poder visitar a sus padres los fines de semana sin pasarse horas en un autobús.

Aquel pueblo estaba a una distancia prudencial, la señal de wifi era lo bastante buena y había para alquilar una casita de dos alturas muy bien de precio. Se instaló en la planta de arriba, y en la de abajo, en la diáfana estancia principal, arrinconó la mesa de comedor y colocó su mesa de trabajo.

Las paredes, llenas de estanterías vacías, le dieron la idea. Se trajo de casa de sus padres todos los libros que había ido acumulando durante años en cajas, a falta de espacio, y los distribuyó por los estantes. Luego hizo un cartel que colgó en la puerta de entrada.


Los vecinos no habían tardado en preguntar. Ella explicó que prestaría sus libros gratis, solo por el placer de ver a otros disfrutar de su lectura como había disfrutado ella.

Pronto tuvo un pequeño grupo de habituales. Y luego gente nueva que venía con peticiones concretas, recomendaciones de otros.

Esa mañana, al ir a guardar un volumen, vio que entre las páginas asomaba el pico de un papel.

No era raro que alguien se dejara el papelito con que había ido marcando la página en que interrumpía su lectura (les había rogado a todos que no doblasen la esquina de la hoja). Tiró del pico para sacar el papel. Era una foto. Un niño y una niña de unos doce años cogidos de la mano ante un colegio. La niña era ella.

Escrita por detrás, una frase: ¿Me recuerdas? Y una firma: Toño.

Miró en su cuaderno a quién le había prestado ese libro. Antonio Álvarez. En aquel momento el nombre no le había dicho nada. Ahora le trajo mil recuerdos, entre ellos el de un beso de despedida cuando él cambió de barrio y de colegio.

Sonrió, guardó la foto en el cuaderno y colgó el cartel de Abierto en la puerta.


Con esta entrada participo en la convocatoria #relatosPicos de @divagacionistas.