lunes, 20 de noviembre de 2017

Memoria

Miré mi hombro izquierdo. Aquel vestido tenía en las hombreras unas pequeñas flores hechas de cinta enrollada. Adiviné que eran lo que hacía aquel bulto bajo la rebeca. Una flor igual estaba cosida en una pinza de acero de bordes mal pulidos. Cuando mi madre me la prendió en el pelo, noté un ligero arañazo en el cuero cabelludo. Es mi primer recuerdo. Tenía entonces poco más de un año.

Poco después nació mi hermano Pablo. Al asomarme entre los barrotes de la cuna que había sido de mi hermano mayor, mía y ahora suya, no me cabía la cara, solo el brazo. Es la primera sensación frustrante que recuerdo.

En casa había una habitación pequeña. Fue, siempre compartido, mi dormitorio. Aunque hicimos obras y esa habitación desapareció, creo que es con la que más veces he soñado y sigo soñando.

La cama de mis padres se volvía comunitaria en días festivos. En una época tuvo una colcha blanca y naranja, con un dibujo floreado en relieve. El reverso era como el negativo del anverso. Todos la han olvidado.

A los seis años unas niñas en clase me quitaron la silla cuando iba a sentarme. Aterricé en el suelo tras chocar de morros contra el borde del pupitre. Conservo una diminuta cicatriz entre la nariz y el labio superior.

El día de mi séptimo cumpleaños mis padres se fueron precipitadamente de casa dejándonos con mi abuela. Me dolió hasta que volvieron con mi hermanito recién nacido. Yo quería una niña para equilibrar la cuenta pero desde el momento en que lo cogí en brazos, lo adoré.

Con once años dibujé, corté y pinté en una tabla de madera la figura del perro Snoopy sobre su caseta. Me sentí orgullosa. Después de la exposición de fin de curso, la profesora, la señorita Genoveva, me dijo que se había perdido. Luego lo vi por la ventanilla en una sala cerrada y a oscuras. Aprendí que los adultos mienten por motivos despreciables.

Ya en mi otro colegio, quise ir a un viaje con mis compañeros de clase. En casa no había dinero para eso. Mi padre me lo explicó pero yo seguía llorando. Su forma de consolarme fue contarme secretos de su juventud. Nunca lo valoré tanto como ahora que ya no está.

La huella de todos estos instantes en mi memoria nunca se ha borrado ni se borrará. ¿Por qué estos y no otros? ¡Ah...!





Con estos recuerdos participo en la convocatoria #relatosHuellas de @Divagacionistas