Era un piso luminoso, no muy grande pero sí mayor que el suyo actual. Deprimía un poco verlo; sin embargo, como solía decirse, "tenía muchas posibilidades". Quizá era ella quien no tenía tantas, pero ¿qué importaba gastarse los ahorros de toda la vida si precisamente había estado ahorrando para algo así?
Contrató una empresita de reformas con muy buenas referencias. A través de los expertos ojos del jefe empezó a imaginar cómo podría quedar aquel espacio cuando lo vaciaran, lo arrasaran y lo recompusieran. Se encontró tomando decisiones y viéndolas puestas en práctica.
- ¿Y con la terraza qué quiere hacer?
La terraza parecía un trastero. Mesas y sillas viejas corroídas por la intemperie, macetas y jardineras con tierra pero sin más vegetación que malas hierbas campando a sus anchas, cacharros varios y herramientas que iban sacando los obreros cuando necesitaban espacio para trabajar.
- Con la terraza ya veré, lo primero es la casa.
Las obras llegaron a su fin. Embalar, mudarse y desembalar fue agotador. Comprar muebles resultó divertido, aunque la espera para recibirlos se le antojó eterna. Y a finales de primavera se enfrentó a la terraza. La vació poco a poco, cogió papel y lápiz e hizo un boceto, el boceto de un ideal.
Sacó de una bolsita un hueso de cereza, otro de albaricoque, uno de naranja y otro de limón. Huesos que cualquier otro día habrían ido a la basura y que esa mañana había optado por guardar.
- Compraré también plantas ya crecidas, claro, pero vosotros vais a nacer aquí.
Este relato participa en la convocatoria #relatosHuesos de @divagacionistas
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