Todos los años agradezco esa sensación de final y comienzo que nos permite por estas fechas el tener el tiempo dividido, compartimentado. Puedo imaginar que cuando uno de los periodos marcados se termina, todo lo que ocurrió en ese tiempo se queda atrás y empieza algo totalmente nuevo. Es más fácil no ensuciar que limpiar, decía mi madre; es más fácil no estropear que arreglar, y este año que empieza intentaremos no estropear nada, por muy hecho polvo que nos haya quedado todo en el pasado.
Porque el balance del año es malo, digámoslo claramente. Las relaciones personales y sociales o han hibernado o se han deteriorado o directamente han fenecido. Al principio las redes parecían una buena forma de mantener el contacto pero en mi caso ha ocurrido justo lo contrario, no sé si porque las he puesto a hibernar también o porque he descubierto que es más fácil vivir sin hacerles mucho caso. Las personas no son su avatar en el mundo virtual. Tampoco son sus mensajes ni su voz por el teléfono, ni siquiera su cara en una pantalla.
El año que asoma no tiene muy buena cara de momento. A ver si coge brillo, que no estamos para muchas penumbras más.
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