Y no consigo dormirme.
Ese correo electrónico está ahí esperando a que lo lea. Llegó esta mañana a la dirección que utilizo para temas no profesionales. Viene sin asunto. El remitente no está en mi lista de contactos. Pero ese nombre...
Debe de haber cientos de J. M. Arencibia. Quizá sea publicidad, quizá sea spam, quizá sea un error, quizá...
Me he levantado a mirar la esquela. Con unos padres tan clásicos, el recuadro publicado en la prensa se ciñó a los tópicos como ese "ruegan una oración por su alma". Mi nombre no aparece, claro, ¿cómo iban a incluirme a mí, su pareja no formalizada en el registro ni bendecida por la iglesia? Tampoco fui al entierro allí, en Cádiz, cuna de la familia y donde ocurrió el fatal accidente.
Me dejaron de lado. No hubo papeleos que me implicaran. No llevábamos tanto tiempo juntos. No teníamos una cuenta común en el banco. Él iba a mudarse a mi piso pero de momento solo había traído algo de ropa, cosas de aseo, el cargador del móvil y una foto juntos impresa y enmarcada. Es la primera vez que me siento capaz de mirarla en estos seis meses.
¿Por qué estoy aquí imaginando cosas, sintiendo como si me rondara un fantasma? Voy a leer ese correo de una vez.
"Hola, Araceli. Supongo que Juanma nunca te habló de mí, que nunca te dijo que tenía un hermano mayor llamado José Miguel. Pero te lo hubiera dicho si hubiera vuelto de aquel viaje, de aquella visita que me hizo y en la que nos reconciliamos por fin. Por mucho que me duela su muerte, me consuela saber que nos dio tiempo a abrazarnos antes, a perdonárnoslo todo él y yo, aunque el resto de la familia siga haciéndome el vacío..."
Se ha desvanecido un fantasma y ha aparecido otro. Uno que no me produce angustia sino curiosidad. Seguiré leyendo.
Este relato participa en la convocatoria de #relatosFantasmas de @divagacionistas
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