lunes, 14 de noviembre de 2016

Te llamo

"Te llamo", decía siempre al despedirse. La primera vez me pareció la promesa de un reencuentro inminente. Aguardé esa llamada un día, otro, una semana. Cuando se produjo ya casi no la quería. Disimulé mi cabreo. Me apetecía volver a verle, me había sentido a gusto con él. Esperaba una excusa estándar, un "he estado fuera", un "tengo muchísimo trabajo", algo, lo que fuera. Pero no.

La segunda vez estuve a punto de responderle: "no, mejor te llamo yo". No me atreví. Me temía que yo no le gustaba mucho y dejarle la iniciativa era una forma de mantener a salvo mi dignidad. Si él no daba el paso, lo interpretaría como desinterés y no iría detrás de él. Solo me preguntaba cuánto tendría que esperar esta vez. "Te llamo", dijo al dejarme en el portal. Fueron seis días. La tercera vez, ocho.

No quería ponerme borde. Él no se había comprometido más que a llamarme y lo hacía. Sobre el plazo nunca daba pistas. Lo que contaba de su trabajo o de su vida cotidiana no invitaba a pensar que alguna obligación le marcara los tiempos de forma rígida. "Te llamo", me murmuró al oído el primer día que nos besamos. "¿Cuándo?", me atreví por fin a decirle. "Cuando recuerdes".

Algo encajó de pronto en mi cerebro. La familiaridad que sentía con él se hizo sólida y me dejó paralizada. "Te has quitado el pendiente", susurré, y fue como si lo dijera otra persona.

Me abrazó hasta dejarme sin aliento mientras se le saltaban lágrimas. "Vuelves a ser tú", repitió una docena de veces. Entonces dio un paso atrás, me puso las manos en los hombros y suspiró aliviado. "Pensaba que esta maldita amnesia te iba a durar toda la vida".

Me agarré a su brazo y volvimos a casa.


(Relato escrito para la convocatoria de Divagacionistas de noviembre de 2016)

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