No hay monstruos debajo de la cama.
Esta es una verdad que los niños tardamos algún tiempo en descubrir. Yo tardé poco porque mi papá me dijo que por qué iba a querer un monstruo vivir en un sitio tan incómodo y, sobre todo, por qué iba a esperar a que yo apagara la luz para salir a comerme.
Así que dejé de tener miedo a quedarme sola en mi cuarto y, de paso, a la oscuridad. Bueno, no. Dejé de tener miedo a estar a oscuras en mi habitación, pero sigue dándome mucho miedo que los malos aprovechen que no los vemos para hacernos daño.
Me asusta ser diferente de mis compañeros de clase porque cuando alguien no hace lo mismo que los demás, se meten con él o con ella. Me asusta también ser vulgar y que nadie se fije en mí. Cuando sea mayor querré que un chico se enamore de mí, querré que un jefe me dé trabajo, y no sé si ser como soy será bueno o malo para conseguir eso.
Me aterra cuando llamo a mamá y no viene, o cuando la llamo por teléfono y no lo coge. Desde el día en que papá no vino a buscarme al colegio y luego me enteré de que se había puesto muy malito y se había ido para siempre (y sin despedirse de mí), tengo miedo de que a mamá también le pase algo y yo me quede sola.
Espero que algún científico invente un detector de monstruos y de peligros -los de verdad, no los imaginarios- y me ahorre el pasar miedo para nada. Y que otro invente una pastilla para que las mamás no se mueran.
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