Encendió el ordenador, abrió el buscador de siempre y tecleó las palabras que había memorizado cuando las pronunció el médico de la UCI a quien le tocaba ese día informarle del estado de su abuelo.
Tormenta de citoquinas.
Las citoquinas, vale, proteínas que coordinaban la respuesta del sistema inmunitario contra una infección. Pero ¿tormenta?
Una entrada del blog de un médico hablaba de ello. Se lo leyó con atención. Se preocupó más aún.
Una revista médica también lo describía, y mencionaba tratamientos con antiinflamatorios. Lo que el médico le había contado que estaban probando con su abuelo.
El hombre mejoró, salió de la UCI y, finalmente del hospital.
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Un año después era él quien tecleaba en el buscador, y su nieta, el motivo de su preocupación.
Tormenta de hormonas en la pubertad.
Leyó con curiosidad creciente y preocupación menguante. Al parecer todos hemos pasado por eso al entrar en la adolescencia, solo que no le habían puesto un nombre técnico. Afortunadamente ahora se sabía distinguir entre los casos normales y los patológicos.
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La necesidad de buscar explicaciones es uno de los mejores rasgos del ser humano. Que puedan estar al alcance de cualquiera, una de las grandes ventajas de la interconexión digital. Saber distinguir entre la información fundamentada, las especulaciones gratuitas o interesadas y el engaño es una cualidad que se adquiere con tiempo y trabajo.
Esta entrada participa en la convocatoria #relatosTormenta de @divagacionistas
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