lunes, 30 de septiembre de 2019

Vida de gato

Huele a café. No es un olor que me guste mucho y además coincide siempre con que empieza el ajetreo por aquí. Qué pereza me entra a estas horas.

No tengo mucha hambre, hace un par de horas he estado comiendo restos en la cocina después de terminar mi ronda nocturna. La oigo a ella trastear antes de meterse en la ducha. Es de costumbres fijas: pis, desayuno, ducha, darme un beso, levantar las persianas, asomarse al balcón, elegir la ropa, vestirse, dejarme algo de comer, darme otro beso y marcharse a trabajar.

La cama está templadita todavía. Voy a esperar un rato a que entre el sol por la ventana y caliente la butaca. Entonces comeré otro poco y me acurrucaré allí. No es que se vea gran cosa por esa ventana, la verdad. El balcón es más interesante, pero allí no da el sol hasta media tarde.

Estamos teniendo una mañana tranquila. El cartero ha llamado desde el portal y alguien le ha abierto. A la vecina de arriba no le toca hoy pasar la aspiradora, está con el ordenador y ha puesto música bajito. Voy a lavarme otro rato.

Vaya, tenemos obras en la calle, un torturador se ha puesto a manejar un martillo hidráulico. Voy a tener que esconderme en el armario, si es que está abierto. Meter la cabeza entre la ropa es lo único que me alivia la pesadilla del ruido.

¡Bien! Hoy es ese día de la semana en que ella regresa antes de que me haya vuelto a entrar hambre. Tardará un rato en encontrarme en el armario. A ver si viene con ganas de rascarme el cuello. Es lo que más me gusta. Y si a la vez va haciendo esas cosas que hace con la voz, no podré parar de ronronear.


Este relato participa en la convocatoria #relatosPereza de @divagacionistas

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