El trabajo de mi padre nos llevó
a cambiar de ciudad a mis seis años. Tuve una infancia y adolescencia
relativamente felices, aunque con una carencia especialmente marcada: el no
poder cursar estudios superiores. Se intentó, pero las monjas solo becaban a
las futuras novicias y pronto vieron que no era mi caso.
Me enamoré en el verano de mis
veinte años de un hombre natural de mi ciudad de adopción que entonces vivía en
otra. Nos presentaron durante sus vacaciones unos amigos comunes. Él, con
treinta y un trabajo, supo atraerme, convencerme para hacernos novios y, en
las dos veces que nos vimos en los meses posteriores, para casarnos recién
estrenado el año siguiente.
En los noviazgos de entonces,
cortos o largos, las parejas se conocían poco. Luego nos descubrimos bastantes
diferencias pero las similitudes y la voluntad nos mantuvieron unidos. Fue
difícil sacar adelante a cinco hijos con un solo sueldo.
Los adoraba, pero quise trabajar además de ser
esposa, madre y ama de casa. Tuve una primera experiencia, fugaz por las
circunstancias y los prejuicios, también de mi marido. Al ir creciendo los
niños, volví al instituto para sacarme el COU y la Selectividad. Tenía la edad
de mis profesores. Empecé Físicas pero los horarios eran demasiado exigentes.
Más adelante elegí Imagen y Sonido y me licencié en la misma época que mis
hijos mayores.
Conseguí trabajos, temporales,
algunos de varios años. Me descubrí capacidades nuevas, me encantó conocer
gente y me enorgulleció cada muestra de reconocimiento. También hubo momentos
malos, duros, pero los obviaré.
Varias enfermedades de mi marido,
ya independizados los hijos, me llevaron a dedicarle la mucha atención que
necesitaba. Nuestros últimos años juntos fueron bastante felices pese a todo.
Le perdí repentinamente. Me quedé
sola en casa y me sentí sola en la vida. Necesitaba ver más a mis hijos y
nietos, hablar con ellos a diario, hacer cosas juntos. Ocurría, pero no tan a
menudo como yo deseaba, para mi tristeza.
Morí en una de esas ocasiones en que estábamos juntos. También de repente. Seguramente sin darme cuenta de que ya no recuperaría el conocimiento nunca más. Ni mi marido ni yo pensábamos que hubiera nada después. Viviré en el recuerdo de quienes me amaron.
Morí en una de esas ocasiones en que estábamos juntos. También de repente. Seguramente sin darme cuenta de que ya no recuperaría el conocimiento nunca más. Ni mi marido ni yo pensábamos que hubiera nada después. Viviré en el recuerdo de quienes me amaron.
Con esta autobiografía imaginaria de mi madre, a modo de homenaje, participo en los #relatosMadres de @divagacionistas