jueves, 21 de agosto de 2025

Levar anclas

La inercia es una fuerza tan poderosa como discreta. Cuando el impulso ha quedado lo bastante atrás, posiblemente lo olvides. Para frenar o cambiar de dirección necesitas un nuevo gasto de energía, por tu parte o venido de fuera, y no sabes si valdrá la pena, o quizá ni te lo plantees. Aunque la decisión de un cambio puede surgir del razonamiento, a menudo aparece como una sensación vaga que va creciendo hasta ser imposible de ignorar. Y es que no es fácil identificar un fin de ciclo, entre otras cosas porque quien marca los comienzos y finales no tienes por qué ser tú.

Está muy bien cuando el cambio es consciente y voluntario. Me cambio de casa, pongo fin a esta relación, busco un trabajo distinto, me tiño el pelo, me hago vegetariana... esas cosas. Pero están también los cambios en los que te ves inmersa, los que te asaltan a traición. Y, peor aún, los que ves venir de lejos sin tener claro cuándo y cómo se concretarán, hasta qué punto te afectarán, si puedes y/o quieres esquivarlos.

Luego están los que ocurren sin que los notes, suavemente, poco a poco, hasta que un día algo te hace consciente de ellos. Una posibilidad que se convierte en certeza, una costumbre que has ido perdiendo, un lugar al que dejas de volver, una persona a la que olvidas. Son cambios indoloros, sin esfuerzo, y fácilmente se convierten en definitivos.

Pronto empieza el curso. Quizá haya decisiones, quizá haya sorpresas. Y ya ha habido algo: soltar lastre, levar anclas, mirar más allá.