lunes, 26 de mayo de 2025

Prismas

Uno de los recuerdos que guardo de mi semana de vacaciones en Escocia hace unos años es la forma prismática de las rocas y las paredes de muchos acantilados. Otro es el de la vegetación que bordeaba algunos de esos acantilados, favorecida por el clima suave que propicia la corriente del Golfo. Pongo unas fotos para que os hagáis una idea.


Me da cierto vértigo asomarme a un acantilado (bueno, y a otro tipo de alturas también). Noto un vuelco en el estómago y se me tensan los nervios, los músculos. Aunque parezca contradictorio, me encantan las vistas desde lo alto y siempre busco puntos de observación elevados para ver una ciudad o, por ejemplo, el mar rompiendo contra las rocas.


En lo alto de un acantilado suele soplar con fuerza el viento. Aquellos días en Escocia me agarré con fuerza a pretiles y barandillas. Temía salir volando y aterrizar sobre aquellas piedras, que sin duda me hubieran hecho trizas.

Hubo una vista francamente curiosa. Una de aquellas islas de origen volcánico, emergida hace muchísimo tiempo, mostraba una forma tan parecida a una madalena que la gente local nos lo comentaba. Los prismas regulares que se alzaban desde el mar estaban coronados por una masa abultada de tierra y vegetación.


Resumiendo, los acantilados tienen dos cosas que me encantan: el mar y la altura. Y dos cosas que me dan miedo: la altura y el mar. Sí, el temor no te impide amar algo (o a alguien), solo te impulsa a tomar precauciones y mantener la distancia de seguridad.


Esta entrada participa en la convocatoria #relatosAcantilados de @divagacionistas