lunes, 27 de enero de 2025

George

Era el año 2005, la mayoría de los teléfonos móviles aún no hacían fotos, no tenían conexión a internet, a los viajes te llevabas la cámara (ya para entonces digital, sí) y no había forma de hacerse selfis salvo a ciegas. Habíamos hecho una escapada a Venecia. Como por mi parte era la tercera vez que visitaba la ciudad, no tenía tanto interés en hacer todas las turistadas. Pero sí era la primera ocasión en que estaba allí coincidiendo con el festival de cine. Una tarde me puse un vestido de tirantes, las sandalias más cómodas, las gafas de sol y nos cogimos el vaporetto hasta el Lido. Estábamos dejándonos seducir por el ambiente cuando de pronto oímos voces excitadas de fans diciendo que iba a llegar George Clooney.

No soy mitómana y desde la adolescencia no pierdo la cabeza por un famoso. Pero George Clooney me parecía enormemente atractivo y merecía la pena verlo de cerca para comprobar si en persona estaba igual de estupendo que en pantalla. Nos apalancamos ante de la alfombra roja, en una segunda fila tras la cual pronto se acumularon muchas más.

Y llegó él, con un paso ligero que se vio forzado a frenar ante la avalancha de peticiones de autógrafos y manos que buscaban estrechar las suyas. Tuve solo un momento para decidir qué hacer: sacarle una foto o darle la mano (lo de que mi acompañante intentara hacerme una foto en la que saliéramos los dos lo descarté: no me fiaba).

Preferí la foto. Mi mano, una entre docenas, podía no llegar a rozar la suya, y en realidad tampoco me importaba. Pero un primer plano suyo en mi carpeta de fotos de Venecia me recordaría para siempre el momento en que me vi envuelta en una marea de fans en éxtasis y sobreviví.

Y aquí dejo la prueba.








Esta entrada participa en la convocatoria #relatosMomento de @divagacionistas.