He conocido en mi vida a personas tremendamente generosas. Personas que piensan en otras antes que en sí mismas. Quizá no siempre en cualquier otra, pero desde luego sí en los suyos.
Y he conocido muchas formas de generosidad. Una es el compromiso. Esa persona que no se separa de su pareja ni en los peores momentos, cuando ya no recuerda quién es ni quiénes son los demás, o cuando la enfermedad borra de golpe todas las alegrías. Esos padres que lo dan todo por sus hijos, incluso si esos hijos se empeñan en tirar sus vidas por la borda.
Hay quien es generoso con su tiempo: está siempre ahí cuando lo necesitas, te escucha tanto como necesites hablar, te brinda su compañía sin racanear.
He conocido a personas generosas con sus conocimientos, dispuestas a echar una mano a quien no entiende lo que tiene entre manos, felices de dar explicaciones a los que no se enteran y de orientar al que se ha perdido.
Están, claro, las personas generosas con lo material: las que invitan, hacen regalos, pagan lo que otras no pueden permitirse... y siempre sin hacerles sentir que quedan en deuda.
Existen seres generosos con su intimidad, que te abren sus puertas, te acogen, te hacen sentirte como en casa, te dan acceso a su mente y a su corazón.
Y se puede ser también generoso con los recuerdos. Ser capaz de olvidar lo malo de los demás y tener presente solo lo bueno. No guardar rencor, no llevar la cuenta de los agravios, no alimentar resentimientos.
Está a punto de empezar un nuevo año. Estrenad el calendario con la decisión de ser generosos y de apreciar la generosidad, no solo la ajena, también la vuestra. Sed conscientes del valor de lo que dais desinteresadamente. Aunque no se compre con dinero. Sobre todo si no se compra con dinero.