Leí
a alguien no hace mucho (en esa red de la que todos parecen huir) decir que
desearía no sentir la necesidad de seguir la actualidad constantemente… ni
sentirse culpable por desearlo.
Esa
mezcla de adicción y obligación podría aplicárseme. Lo que surgió cono
necesidad para desempeñar mi trabajo ha terminado siendo mi rutina vital, por
esclavizante que me resulte.
No
solo la actualidad me mantiene cautiva. Cada cosa que he visto, escuchado,
aprendido desde el primer día de mi vida ha ido configurando mi forma de
percibir la realidad.
Mi
padre trabajó en televisión, cine y teatro, y me transmitió inconscientemente
su visión profesional. Mi cerebro ve los saltos de eje, las faltas de raccord,
los contrapicados... llama forillos a los forillos y voz en off a las voces en
off. Como otros miembros de la familia que hemos hecho carrera en el mundo
audiovisual, me es imposible no notar cuando un plano salta o un encuadre indica
que algo importante sucede fuera de plano.
Me
ocurre también con la gramática y la ortografía. Lo de la ortografía nos pasa,
creo, a quienes hemos leído mucho desde pequeñitos, y me refiero a libros bien
editados, bien corregidos. Lo de la gramática tiene su historia. En clase de
lengua, hacia los 14 años aprendí el análisis sintáctico de las frases; me
costó mucho, pero un día de repente lo vi claro y desde entonces soy incapaz de
no verlo. Tanto que me dan puñetazos en ojos u oídos todas las incorrecciones.
Más
condicionamientos: la primera vez que recurrí a alguien de fuera de mi familia
en busca de ayuda me mandó a paseo. Tendría yo unos cuatro años. Un chico del
cole me dijo que éramos novios, pero en cuanto fui a quejarme de que una niña
me había pegado, debió de considerar que si el noviazgo implicaba obligaciones
no merecía la pena. Tonta de mí por haber interpretado así las cosas. Desde
entonces siempre he intentado ser autosuficiente.
Y
otro para terminar: la primera vez que me enamoré, la persona con quien
hacía planes de futuro me dejó tirada sin previo aviso ni explicaciones. Fallo
mío también por esperar coherencia y compromiso de otro ser humano. Ya no lo
hago.
En
resumen: nuestro cerebro es muy plástico pero lo que se fija en él se fosiliza
y va construyendo el molde en que terminamos confinados. No es una queja. Si no
fuera así, no sabríamos quienes somos.
Esta entrada participa en la convocatoria #relatosCautividad de @divagacionistas