Como
cada tarde, empezó por colocar en sus estanterías los libros devueltos a lo
largo de la mañana. No eran muchos pero eran cada vez más.
Desde que la pusieron a teletrabajar
con lo de la pandemia había decidido buscar una casita en algún pueblo. Un
lugar donde pudiera tener más de los veinticinco metros cuadrados que en Madrid
se le llevaban medio sueldo y donde la ventana del dormitorio-salón-cocina no
diera a un patio interior. Un lugar desde donde poder visitar a sus padres los
fines de semana sin pasarse horas en un autobús.
Aquel pueblo estaba a una distancia
prudencial, la señal de wifi era lo bastante buena y había para alquilar una
casita de dos alturas muy bien de precio. Se instaló en la planta de arriba, y
en la de abajo, en la diáfana estancia principal, arrinconó la mesa de comedor
y colocó su mesa de trabajo.
Las paredes, llenas de estanterías
vacías, le dieron la idea. Se trajo de casa de sus padres todos los libros que
había ido acumulando durante años en cajas, a falta de espacio, y los
distribuyó por los estantes. Luego hizo un cartel que colgó en la puerta de
entrada.
Los vecinos no habían tardado en preguntar. Ella explicó que prestaría sus libros gratis, solo por el placer de ver a otros disfrutar de su lectura como había disfrutado ella.
Pronto tuvo un pequeño grupo de
habituales. Y luego gente nueva que venía con peticiones concretas,
recomendaciones de otros.
Esa mañana, al ir a guardar un
volumen, vio que entre las páginas asomaba el pico de un papel.
No
era raro que alguien se dejara el papelito con que había ido marcando la página
en que interrumpía su lectura (les había rogado a todos que no doblasen la
esquina de la hoja). Tiró del pico para sacar el papel. Era una foto. Un niño y
una niña de unos doce años cogidos de la mano ante un colegio. La niña era
ella.
Escrita
por detrás, una frase: ¿Me recuerdas? Y una firma: Toño.
Miró
en su cuaderno a quién le había prestado ese libro. Antonio Álvarez. En aquel
momento el nombre no le había dicho nada. Ahora le trajo mil recuerdos, entre
ellos el de un beso de despedida cuando él cambió de barrio y de colegio.
Sonrió,
guardó la foto en el cuaderno y colgó el cartel de Abierto en la puerta.
Con esta entrada participo en la convocatoria #relatosPicos de @divagacionistas.
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