lunes, 29 de julio de 2024

Irse a negro

Si trabajáis en televisión o en cine, sabréis que el negro tiene un significado específico. La pantalla se va a negro por un motivo concreto, a veces buscado y otras indeseado. Hablemos de ello.

Una frase nada inhabitual en los guiones cinematográficos es "Fundido a negro". La imagen se oscurece hasta dejar paso a una negrura total. Se puede utilizar por muchas causas. Un motivo habitual para fundir a negro es separar una parte de la historia de otra, algo que añade dramatismo a la transición. Otro uso, si se trata de un plano subjetivo, es para indicar que el personaje se desmaya o que lo han dejado inconsciente, que ha muerto o simplemente que ha cerrado los ojos. También se puede usar para omitir algo terrible, truculento, como un asesinato.

En la ficción televisiva su empleo es similar. En los informativos no se suele utilizar; es más, se rehúye. La información es algo ágil, que no se detiene, y dejar la pantalla en negro desconcierta al espectador, que no entiende qué está pasando.

Por eso una de las pesadillas de las cadenas de televisión es "irse a negro". El negro en la tele es como el silencio en la radio: mala señal. Si se ha ido a negro, algo ha fallado.

O alguien ha cortado la emisión, como en aquella histórica huelga general en España el 14 de diciembre de 1988. A medianoche, la televisión se fue a negro. Aquello sigue siendo un símbolo.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosNegro de @divagacionistas

Noche

En la oscuridad de la noche todo da más miedo.

Un ruido al que no prestarías atención en pleno día te resulta inquietante si no ves lo que lo produce. Tu propia casa, donde vives a gusto y feliz, puede llenarse de sombras sospechosas. En cualquier lugar inocente puede ocultarse algo amenazador, por mucho que te repitas que si no estaba allí antes, no puede haber aparecido de la nada ahora.

Las preocupaciones se agrandan en el momento en que apagas la luz, cierras los ojos y tratas de dormir. Tienen una especie de bula para sortear el sueño y ocupar el primer plano de tus pensamientos, desalojando todo lo demás. No hay descanso. El cerebro intenta aclararse, pero la claridad no siempre llega.

La enfermedad repentina parece más grave cuando todo es negrura y silencio. Te incorporas en la cama y la angustia pesa más que si hubiera sol en el cielo y gente por la calle. Dudas de qué hacer, si salir corriendo a urgencias o esperar a ver cómo evolucionan las cosas. En el momento de pisar el hospital, iluminado y activo, el terror empieza a dejar paso al alivio, aunque todavía nadie te haya examinado.

Por la noche la soledad crece, se vuelve densa y agobiante. Si la persona a quien querrías tener cerca está lejos, la oscuridad se convierte en un océano ancho y profundo cuyas orillas no ves.

Pero no todo en esa negrura es malo. Sin la noche no veríamos las estrellas. Y si el cielo no se volviera negro, la promesa del amanecer no lo teñiría de rosa.


Esta entrada participa en los #relatosNegro de @divagacionistas

lunes, 24 de junio de 2024

Envejecemos

Me crucé el otro día con un compañero. Trabajamos juntos un par de meses hace años y desde entonces nos tenemos un sincero aprecio aunque nos vemos poco. En aquel tiempo empezaban a asomarle canas en su morena cabeza. Ahora tiene el pelo casi blanco, algunas arrugas en la cara y unos kilos más en el cuerpo. Y a mí me resulta más atractivo que entonces. Hay otro compañero que se acaba de jubilar y ha puesto en redes fotos de sus cuatro décadas de profesión. Pues yo le veo mucho más interesante ahora, con todo el pelo y la barba blancos y el peso de los años en la postura, que cuando era joven. Hace una semana coincidí con una compañera ya jubilada. Llevaba el pelo algo descuidado y un vestido holgado disimulaba su ensanchado perímetro. Pero tenía una cara relajada y feliz que resplandecía.


Son solo tres ejemplos con los que quiero deciros: me encanta veros envejecer. La vida os arruga, os aja, cada vez vais menos erguidos y perdéis la línea... y, sin embargo, sois más personas, más sabios, la experiencia vital os deja huellas -tristes o alegres- que os hacen merecer más la pena.

Me peleo a diario con mi envejecimiento. La edad es desgaste, la edad roba fuerzas, la edad acerca el momento de dejar de existir. En mí no me gustan sus huellas. Tendría que aprender a mirarme a mí misma como os miro a vosotros.


Esta entrada participa en la convocatoria #relatosEdad de @divagacionistas

lunes, 27 de mayo de 2024

Cómo...




Cómo mirarnos otra vez
con los ojos de antes…
 
Esa maravilla de encontrarte reflejado en otro
y lanzarte al universo inexplorado
de tu, quizás, alma gemela.
Ese miedo a no cumplir expectativas
y esa esperanza de no tener que cumplirlas,
de que baste con ser tú
para merecer un amor incondicional.
 
Cómo dar marcha atrás de los desengaños,
los sufridos y los ocasionados,
ahora que has descubierto lo que había
detrás del velo bordado de diamantes.
 
Cómo perdonarte haber errado
al imaginarle al otro cualidades anheladas;
cómo reconocerle poseedor
de muchas otras, reales y hermosas.
 
Cómo no entristecerte constatando
que nada salió como quisiste,
sobre todo ahora, viendo
el vacío inmenso de soñar despiertos.
 
Cómo lamerte las heridas
sin indignarte por el dolor y la sangre,
sin inundarte de lágrimas y rencor,
pensando solo que la vida pasa,
que el tiempo cura.
 
Cómo recuperar la confianza
en uno mismo y en los demás,
vencer el cinismo, el desdén, el recelo,
recoger los pedazos,
ponerte en pie sobre huesos ya viejos
y encontrar el resquicio por donde asoma
esa versión adolescente de tu alma
dispuesta a lanzarse al vacío por amor.


Esta entrada participa en la convocatoria #relatosResquicios de @divagacionistas

lunes, 29 de abril de 2024

Un solo dedo

Me habían ofrecido visitar aquel centro médico junto con otros periodistas. Nos llevarían en visita guiada por las instalaciones, nos hablarían de las técnicas que utilizaban, de los protocolos, las investigaciones, y responderían a todas nuestras preguntas. Era una oportunidad para informarme pensando en un posible reportaje. Y el tema me interesaba mucho. Acepté. Sabía lo suficiente sobre ello como para distinguir la información de la publicidad interesada que sin duda aparecería en algunos momentos, o eso esperaba.

Nuestro anfitrión era un renombrado especialista a quien había entrevistado recientemente. Su campo de investigación era cada vez más demandado y la clínica era puntera. Desde el primer momento noté que habían preparado concienzudamente la visita. En cada zona encontrábamos un profesional especializado en un ámbito concreto que nos daba explicaciones de profundidad y complejidad acordes a nuestro nivel de conocimiento previo. Para terminar, nos reunieron en una sala en torno a una gran mesa con todos aquellos expertos y pudimos plantear dudas y preguntas.

Tengo que confesar que uno de ellos, de edad similar a la mía, moreno y con un discreto atractivo, me había llamado la atención durante la visita. Lo encontré sentado a mi lado en la mesa. Nos sonreímos. La luz se atenuó para permitirnos ver proyectadas algunas imágenes explicativas. Empezaron las preguntas. En respuesta a la mía, mi vecino inició una explicación. Y mientras hablaba, pasó suavemente un dedo por el dorso de mi mano, apoyada en la mesa. Dirigía sus palabras a todos, hablaba y miraba a todos, pero aquel roce era solo para mí.

La sorpresa me dejó inmóvil. Era algo muy sensual pero nada discreto a pesar de la penumbra. Pensar que todos estarían viéndolo me impidió disfrutarlo tanto como hubiera deseado. Duró unos pocos segundos. No hubo más. Al terminar la ronda de preguntas, nos levantamos para despedirnos. Él y yo nos miramos fugazmente a los ojos y volvimos a sonreír.

Nunca le volví a ver. No recuerdo su nombre ni su cara. Solo aquel roce delicado, excitante, breve. Se arriesgó a que no me gustara y reaccionara con indignación. Pero me gustó. El toque mágico de un solo dedo sigue imborrable en mi memoria.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosRoce de @divagacionistas.

lunes, 1 de abril de 2024

A través de sus ojos

 


Si quieres reírte de ti mismo, prueba a verte a través de los ojos de un niño.

Hace siete años estábamos toda la familia celebrando el cumpleaños de una de mis sobrinas en el chalet de sus padres. Acababa de empezar el otoño y los niños jugaban en la piscina mientras los adultos vagueábamos en tumbonas tomando el aperitivo. La conversación llevó en un momento dado a una de mis cuñadas a contar que el 18º cumpleaños de su hija mayor la había hecho sentirse vieja, ¡tener una hija mayor de edad! Empezamos a hablar del paso del tiempo, de lo que nos hacía sentirnos viejos... vaya, que nos pusimos trascendentes.

Horas después, ya de noche, volviendo a casa con mi madre, mi hermana y mis dos sobrinos más pequeños, comentábamos cosas de la jornada. De pronto la peque, siete años tenía entonces, me dice: "Esta eres tú", se recuesta, hace como que da un trago a un vaso, entrecierra los ojos y suelta: 'Ah, la vida...'

No pude evitar reírme a carcajadas. Le pedí que repitiera esa imitación de mí para grabarla en vídeo. Jugando y todo, se fijaba en lo que decíamos los mayores y nos calaba perfectamente. Hablábamos de cosas que a ella le sonaban lejanas, quizá ni las entendía y desde luego, no les daba importancia, pero notaba que nosotros sí. Su resumen: charlábamos sobre "la vida" y en un tono nostálgico propio de viejunos.

Tenía siete años y ya era así de lista. Ahora que cumple catorce escribo esto porque ella ya no se acordará, pero yo no lo olvidaré nunca.

lunes, 25 de marzo de 2024

Libros

Le falta atención, no ha aprendido a concentrarse, se distrae con facilidad, tiene poca constancia, es una niña algo dispersa... Sus padres habían oído estas explicaciones muy a menudo en los pocos años de vida de la hija. Como era la primera y tampoco tenían sobrinos con quienes compararla, habían terminado creyendo las conclusiones, primero, de los abuelos; después, del personal de la guardería, y ahora, de los profesores.

Porque a ellos les había parecido normal que en casa la pequeña se rodeara de todos sus juguetes y le dedicara a cada uno un momento de atención antes de pasar al siguiente, o que fuera de amiguito en amiguito en el parque, o fuera mirando sucesivamente los adornos de la casa, o las fotos, o los canales de televisión...

En realidad era una niña curiosa y extraordinariamente rápida en decidir si algo tenía suficiente interés para absorberla. Con cinco años, pocas cosas lo habían conseguido.

Hasta que aprendió a leer.

El día en que cogió un libro y supo entender, una tras otra, las seis breves frases que acompañaban a los dibujos, volvió a empezar y las releyó una vez, y otra, y otra.

Porque el mundo exterior, en ese momento, había desaparecido.



Esta entrada participa en la convocatoria #relatosDesaparecer de @Divagacionistas

martes, 2 de enero de 2024

Reinicio

El comienzo del año no tendría nada especial de no ser por su simbolismo. Los comienzos están llenos de promesas porque nos hacen pensar en un horizonte virgen, en un camino sin pisar, en una hoja en blanco sobre la cual empezar a escribir algo nuevo. Y a ciertas alturas de la vida, cuando una se ha hecho mil veces la ilusión de que empezar es más fácil que continuar porque se toma un nuevo impulso, el inicio de un año es en realidad un reinicio. Volver a hacerse la ilusión de, esta vez, poder.

Con los ojos de la cara cerrados pero el cerebro despierto, das vueltas en la cama y todo parece fácil: dejar atrás lo que debió haber quedado atrás hace tiempo, emprender lo que deseaste emprender incontables veces, incluso encontrarte de cara la suerte que en otras ocasiones te fue adversa. Mientras remueves el café del desayuno te dices: si es posible lograrlo y me hará sentirme mejor, ¿dónde está el fallo?

El fallo está en la diferencia entre proponerse algo y llevarlo a cabo. Lo primero nos exige solo un minuto; lo segundo, un esfuerzo sostenido. Y mantener el impulso después de haber cogido carrerilla y saltado el primer día del año no es fácil: están la gravedad, el rozamiento, a menudo el viento en contra, incluso quien te pone la zancadilla.

El truco es contar con todo eso antes de saltar y ser realista en cuanto a nuestras fuerzas y la dificultad y el alcance de nuestro salto. Y si, previsiblemente, de un solo brinco no se va a llegar, plantearse cuántos serán necesarios, dosificar el esfuerzo, buscar puntos de apoyo intermedios.

Perdonadme el rollo. Podría haberlo escrito solo para mí, pero compartiéndolo me siento acompañada en mi reinicio.

Y en el fondo, lo que queremos todos es solo... ser más felices.