Mi primera bañera casi no la recuerdo, solo que era de plástico azul celeste y que mamá metía una esponja en el agua y la exprimía luego sobre mi cabeza. No, en realidad creo que lo que recuerdo es a ella bañando a mi hermano pequeño.
Cuando mis hermanitos y yo ya pudimos estar en la bañera grande sin riesgo, íbamos todos adentro a la vez y jugábamos con el agua, la esponja, la manopla y algún animalillo de plástico. Antes papá metía el codo en el agua para comprobar la temperatura, cogía un bote octogonal de color granate de la repisa de la bañera grande y hacía dibujitos con el chorro rosa. Después, con la mano, agitaba el agua hasta hacer espuma. La espuma duraba poco pero el baño no terminaba hasta que teníamos todos los dedos arrugados y blandos. El tapón de plástico no cerraba bien el desagüe, así que mi padre hacía un rollo apretado con una tira de tela y la encajaba bien en el agujero.
La marca del gel de baño del bote octogonal dejé de encontrarla en las tiendas. Fue mucho tiempo después cuando, al verla en casa de unos amigos, me enteré de que volvía a venderse. Así recuperé un olor que asocio a mi infancia.
Hace décadas que no me meto en una bañera llena y me relajo mientras el agua va perdiendo calor. Hasta hace unos años todavía tenía bañera. Ahora es un plato de ducha. La espuma la hago en la esponja. Y solo me meto hasta el cuello en agua en el mar o en la piscina. O en algún charco metafórico.
PS: Me acabo de acordar de que antes del Moussel (el del bote octogonal) usabamos Moana, ¿a alguien le suena?
Esta entrada participa en la convocatoria #relatosEspuma de @divagacionistas