lunes, 29 de julio de 2024

Noche

En la oscuridad de la noche todo da más miedo.

Un ruido al que no prestarías atención en pleno día te resulta inquietante si no ves lo que lo produce. Tu propia casa, donde vives a gusto y feliz, puede llenarse de sombras sospechosas. En cualquier lugar inocente puede ocultarse algo amenazador, por mucho que te repitas que si no estaba allí antes, no puede haber aparecido de la nada ahora.

Las preocupaciones se agrandan en el momento en que apagas la luz, cierras los ojos y tratas de dormir. Tienen una especie de bula para sortear el sueño y ocupar el primer plano de tus pensamientos, desalojando todo lo demás. No hay descanso. El cerebro intenta aclararse, pero la claridad no siempre llega.

La enfermedad repentina parece más grave cuando todo es negrura y silencio. Te incorporas en la cama y la angustia pesa más que si hubiera sol en el cielo y gente por la calle. Dudas de qué hacer, si salir corriendo a urgencias o esperar a ver cómo evolucionan las cosas. En el momento de pisar el hospital, iluminado y activo, el terror empieza a dejar paso al alivio, aunque todavía nadie te haya examinado.

Por la noche la soledad crece, se vuelve densa y agobiante. Si la persona a quien querrías tener cerca está lejos, la oscuridad se convierte en un océano ancho y profundo cuyas orillas no ves.

Pero no todo en esa negrura es malo. Sin la noche no veríamos las estrellas. Y si el cielo no se volviera negro, la promesa del amanecer no lo teñiría de rosa.


Esta entrada participa en los #relatosNegro de @divagacionistas

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