Me crucé el otro día con un compañero. Trabajamos juntos un par de meses hace años y desde entonces nos tenemos un sincero aprecio aunque nos vemos poco. En aquel tiempo empezaban a asomarle canas en su morena cabeza. Ahora tiene el pelo casi blanco, algunas arrugas en la cara y unos kilos más en el cuerpo. Y a mí me resulta más atractivo que entonces. Hay otro compañero que se acaba de jubilar y ha puesto en redes fotos de sus cuatro décadas de profesión. Pues yo le veo mucho más interesante ahora, con todo el pelo y la barba blancos y el peso de los años en la postura, que cuando era joven. Hace una semana coincidí con una compañera ya jubilada. Llevaba el pelo algo descuidado y un vestido holgado disimulaba su ensanchado perímetro. Pero tenía una cara relajada y feliz que resplandecía.